Me gustaría estar escribiendo para decirte que todo está
bien. Las cosas tampoco están mal, tan sólo están. Me levanto cada día y a
veces llego a la noche con un poco más de ánimos que antes y eso es bueno,
supongo.
Sí ha habido algunos cambios. Desde que volví mis sueños se
han vuelto más fuertes, más reales por decirlo así. Me despierto y tardo
algunos segundos en comprender que estoy en la realidad y que nada de lo que juraba
estar viviendo era verdadero. También
son más placenteros, a veces lloro cuando caigo en mis sentidos y cierro los
ojos intentando forzarme a dormir y volver. Supongo que entre más lejano me
siento más añoro algunas cosas de los viejos tiempos y es duro darse cuenta de que no volverán.
En fin, te escribo porque Javier pasó la semana pasada y me dijo que preguntaste por mí. Supongo que debí empezar esta carta diciendo eso. Quería decirte que sigo en el mismo lugar y que podés escribirme. Hasta podés darte una vuelta, tampoco queda tan lejos y estoy seguro que podríamos acomodarte si quisieras pasar un par de días. El lugar puede ser agradable, principalmente cuando se está poniendo el sol. Yo sé que te gustan los atardeceres y a veces me pregunto si es por eso que elegí este lugar.
Aunque todo eso probablemente Javier ya te lo contó y
supongo que también supiste lo de Marlen. Es cierto, lo esperábamos, pero igual
pega. La última vez que te vi estábamos en la puerta de la casa y comentamos lo
demacrada que se veía. Bien sabíamos que ninguno de nosotros quería correr la
responsabilidad de cuidarla. Ella está bien, dentro de lo que cabe. Come bien y
la sacan a pasear, incluso a veces me reconoce. Sé que las enfermeras siempre
le dicen que “Ahí viene Mauro” para que recuerde mi nombre, pero puedo
distinguir el brillo en sus ojos cuando me recuerda y cuando no. Vos también
deberías de visitarla.
Recuerdo perfectamente la tarde en que lo notaste.
Terminamos de tomar café y cuando ella se retiró a su cuarto me dijiste: “Mamá
no está bien”. Con esas cuatro palabras me confirmaste todo lo que creí que
sólo yo creía y, sin saberlo, marcaste un punto en el que, viendo en
retrospectiva, todo empezó a cambiar.
Fue ahí cuando empecé a recordar mis sueños, a veces hasta
días después de haberlos tenido. Eso nunca me había pasado. En ese entonces
Sara no me había dejado, y al notar que ahora me despertaba de maneras
abruptas, a veces gritando de terror, comprendió que algo sucedia. A punta de
conversaciones mantuvimos una especie de “diario de sueños informal” y
descubrimos que las pesadillas eran recurrentes y tenían temas comunes. A veces
caía en especies de telarañas y entre más trataba librarme más me enredaba en
ellas. Otras veces recorría un laberinto oscuro y cuando volvía para recordar
el camino era totalmente diferente.
Sara decía que era el miedo de ir cayendo como Mauren, de ir
perdiendo los pensamientos. Ella siempre tenía una respuesta y a veces eso me
tranquilizaba, a veces lo extraño. Javier, en cambio, creyó que se trataba de
viejos traumas, inminentes retornos a los tiempos en que Mauren reinaba con su
completa autoridad en la casa y me gritaba por horas si me atrevía a llamarla
por su nombre.
Creo que al final se resignó porque todos nos fuimos. Aún recuerdo
ver a Javier levantarse con su impecable uniforme y de manera definitiva
asegurar que no volvería a poner un pie en la casa. Él siempre tuvo el don de
dejar su marca definitiva aún sin alzar la voz y siempre fue el más valiente de
nosotros cuando teníamos que discutir las cosas en la mesa. A vos te tomó mas
tiempo y tal vez por eso lo tengo aún más pasmado en mi memoria. No se si lo
supiste, pero la primera en encontrar la nota fue Sara, la puso sobre el
escritorio de Mauren tal como la habías dejado.
Nadie tuvo que enseñármela, con sólo ver la forma de andar
que tenías cuando saliste supe que era una de las últimas veces que nos
veríamos. No te quiero reclamar, pero aún hoy, me pregunto porque no me lo
dijiste, no es como que era un secreto o como que yo le iba a decir a Mauren
que sus otros dos hijos se habían hartado de todo y el único que seguía, lo
hacía porque alguien tenía que quedarse. Igual encontré excusas para irme al
final. Ninguno quería estar ahí, todos lo pensábamos, pero nadie estaba
dispuesto a decírselo, hablar las cosas siempre fue complicado y las viejas
mañas cuesta quitarlas.
Quizás por eso Sara se hartó. Ahora que lo pienso no te lo
había contado, pero bueno, ya sabés. Aún hablamos, fue una separación cordial
en la que yo tampoco veía mucho como seguir. Ahora vive con un tipo que trabaja
de ingeniero, creo, es buena gente. Todavía la llamo algunas de las pocas veces
que me despierto sudando frío con alguna pesadilla, que a ser justos es cada
vez menos y casi siempre termino marcando a Javier.
Tal vez todo esto es porque Mauren ya no vive acá. Sí, me
duele verla en el asilo, pero de todas las personas a vos es a quien menos
tengo que ocultarle el alivio de no tener que pensar diez excusas por todo lo que
hago o constantemente medir cada palabra para evitar berrinches innecesarios o
alusiones a un padre que nunca estuvo. Ahora puedo dedicarme a lo mío y casi nunca tengo pesadillas. Si
vienes a la casa, notarás un aire de libertad que nunca se sintió antes.
Tu cuarto sigue igual, eso sí. También el de Javier. Esta vida de escribir por encargo cada cierto
tiempo no permite planear grandes remodelaciones y tampoco creo que las haría.
Me gusta dejar los cuartos como estaban, me traen algunos buenos recuerdos, y tal
vez tengo la ilusión de que también a ustedes, de que quizás, Javier y vos se
sientan un poco mejor si vuelven acá, y podamos recordar nuestra buena niñez pese
a todo.
En el fondo sé que probablemente no vendrás. Leerás esta
carta con el corazón en tu mano, pero será el fin de la historia y pasarás la
página para seguir con tu vida. Tampoco te culpo, al final no dejo de ser un
doloroso recuerdo de cuando los tiempos eran más duros y de todas las formas en
que pudimos ser diferentes. Si te digo si algún día se te viene en gana, aunque
sea sólo una tarde, no dudaré en gastar los pocos céntimos con que llegó a fin
de mes en invitarte a Javier y a vos y a un café. Al fin y al cabo, después de
tantos años por fin te atreviste a preguntar por mí, Javier nos visita a los
dos cada cuánto. Quizás aún quede algo de hermandad entre nosotros.
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