Sunday, September 30, 2012

Una corona de espinas de rosas



Olvidaste una corona de espinas de rosas
remojada en el azul desparramado de los tinteros
y el agua de lluvia de las hiedras perezosas
que nunca quisieron trepar los azulejos

Los pétalos no palidecieron su rojo vivaz
ni dejaron de brillar con la luz de la mañana,
más ingratos, permitieron que el tiempo fugaz
les arrancará con crueldad sus tímidas canas.

Quedaron las espinas con los tallos sin retoños
cuando las macabras flores quisieron partir
para dejarme oxidado, desolado y solo
con la egoísta promesa de no revivir

y en el patio quedó tu corona de rosas
vacía y triste sin rosas que dar
con la memoria taciturna que llora celosa
la esperanza que el tiempo se encargó de olvidar.

David Ching
2012

Tuesday, August 21, 2012

La servilleta de un bar


El dorso de la servilleta de un bar puede ser el mejor lugar para tirarse un lapicero y sacarse las tripas. Hay olores a sexo de una noche, a vómito bautizado con cerveza, tabaco y drogas, a números de teléfono falsos pulidos con mentiras de desamor, a colillas de cigarro en orinales apestoso a amoniaco.
No sé si queda algo del labial barato que hace unas horas me quiso dibujar la joven de tetas tímidas y cara de trapo. Decido morderme los labios para evitar malentendidos y liberar tensión.
Me provoca la gota fría que baja por la jarra de mi cerveza y los senos borrachos de la mujer de al lado con el olor a deseo que sale de su vagina. Dos hombres se besan en una esquina. Yo chupo los restos de tabaco reprimiendo mis deseos eróticos y veo la servilleta blanca e inocente, esperando llenarse de mugre, saliva y semen.
Mi compañero mantiene la mirada baja y dibuja algún rostro imaginario con su dedo índice en el vidrio de la mesa. Termino de fumarme el cigarro, muerdo la colilla y la tiro al suelo. ‘‘¿Vamos por otro trago?’’


Sunday, May 13, 2012

Recuento de daños


Cuando el hastío se vuelve parte de la vida cotidiana, las personas tienen la costumbre autodestructiva de repensar y replantearse preguntas ingratas sobre errores inexistentes. Encontrar culpables donde no hay es fácil y cruel, características básicas que agradan al común y corriente ser humano morboso, por lo mismo no es raro incurrir en esta práctica que con frecuencia lleva a tomar decisiones impulsivas e impredecibles.

Era claro que Pedro Moscoso estaba dolido cuando decidió abrir la jaula para liberar a las codornices abandonándolas a la intemperie de un mundo despiadado con las pequeñas aves. Lo que nadie entendió es que detrás de esos negros ojos vacíos y esa nariz de gancho, Moscoso quería dejar ir un fantasma que lo asediaba desde cincuenta meses exactos atrás.

El herrumbre de la jaula, siempre posada en la entrada del hogar, se sacudió cómo estirándose tras un sueño de muchos años. El bullicio se expandió por la pequeña fachada y se coló por la ventana, entrando en la sala, la cocina y el corredor de los cuartos hasta salir por la puerta de atrás. Fue tal la escandalera que el recién llegado inquilino se asomó de reojo por la ventana de la habitación del fondo del patío a ver  que sucedía.

Moscoso se fue a su cuarto y abrió la gaveta donde estaban las facturas. Empezó a sacar cuentas ¿De quién había sido la culpa?

Que por acá se había ido el oro del abuelo, que por allá se habían terminado los ahorros de la infancia, que se tuvo que vender el reloj de bronce, el monóculo de la abuela, empeñar los trajes, alquilar el cuarto del fondo, compartir los cubiertos, cortar el alma, extirpar el coraje, mentir, fingir estar bien, debiste estar ahí ¿porqué te fuiste? No fue culpa mía, ya no había nada más que hacer, lo quise dejar ir ¡No me había quedado de otra!

Magdalena bajaba por las escaleras cuando vio el alboroto de los pichones de codorniz inquietos y perdidos en el patio de Pedro. Su esbelto torso se quiso torcer para mirar mejor por la ventana de su casa, alzó su achatada nariz para fruncir el seño (maña que arrastraba desde su juventud cuando las sorpresas no le sabían bien). Pegarle una visita a su viejo amigo no sonaba a mala idea.

Los pajarracos confundidos buscaban un árbol que asemejara su antiguo hogar. Eran varias generaciones de vivir entre cuatro rejas y perder sus huevecillos por la ingratitud e una mano misteriosa. Desde niño, Moscoso adoraba sus mascotas y, lejos de ver un negocio en la carne y los huevos de codorniz, le gustaba observarlos dándose picotazos inquietos y fúrico, defendiendo su espacio. Poco iba a sospechar que el hastío cotidiano lo llevaría, muchos años después, a tirar por la borda el pasatiempo ingrato.

Solía apostar, De joven se enamoro del póker, del whisky y de Magdalena. El tiempo fue matando la pasión hasta convertir esos tres amores en no más que viejas amistades para saludar de vez en cuando. Magdalena, por su parte mantuvo por Moscoso ese cariño tierno y filial que evita cualquier sentimiento romántico en una mujer. Poco a poco los dos desarrollaron una complicidad extraña de punto medio entre amigos y amantes sin amor.

Magdalena se sorprendía fácilmente, pero no lo hizo cuando Pedro llegó a pedirle el mazo marcado. Aunque no entendía muy bien que era lo ‘‘especial’’ de aquellas cartas, ella sabía que algún gato encerrado se manejaba Pedro. ‘‘Las codornices ya no dejan pero se vienen buenos tiempos, quiero empezar un negocio de artesanías de madera. ’’ ‘‘Tomá, no me expliqués, nada más no te metás en una bronca. ’’ ‘‘Es la deuda familiar, vos sabés…’’ Luego con una taza de café recordaron ir juntos a comprar las primeras codornices.

‘‘Tu tata tenía deudas y venías ahorrando desde navidad para comprarte los pajarracos, vos ni sabías de los condenados huevos hasta que la vieja Ivannia te preguntó si los vendías’’ (reía con los ojos iluminados) ‘‘Cierto, cierto (asentía) míralos no más que hermosos. Siempre ando en otras y nunca deja nada pero me gusta decir que soy criador de codornices’’. El café se había terminado y la tarde estaba preciosa. Cincuenta meses exactos después haría su recuento de daños.

Sabía que eran infalibles, sólo tres cosas le había dejado fijas papá: las cartas, la casa y la deuda. Después se había ido (no tenías que haberte ido) pero quedaba ese sabor amargo y desagradable de apostar con cartas marcadas sin querer ser timador.

Empezó tirando la trama solapadamente, con una mezcla de miedo y timidez. Apenas para recuperar el vicio y el infortunio, pero el tiempo es un cabrón y la rutina cala con lentitud y cizaña. Verse frente a frente con los fantasmas de pasados fugaces, de pasiones juveniles, y del desgastante adiós agazapado de su familia; día a día, y en cada baraja sucia, en las vistas y los ojos acuciosos de Magdalena, en la frustración de los que perdían, en el vaso de whisky y los negocios fracasados…. Todo ameritaba buscar culpables.

Ahí salió papá, mamá, los hermanos, los acreedores, Magdalena, el whisky, el póker, las cartas, la rutina, los amigos, la juventud. No había tenido de otra, yo era sólo un criador de codornices porque me gustaban los pichones y robarles los huevos par venderlos, pero eso no es suficiente.

Las aves estaban en la entrada de la casa y Pedro Moscoso más que hastiado se puso a replantear y repreguntar. A hacer el típico recuento de daños que cae cómo terremoto y deja réplicas más malditas bajo aguaceros desalmados. El mundo es despiadado con las pequeñas aves y ellas se llevaron el peor as.

Magdalena entró al cuarto cuando Mocoso terminaba de sacar cuentas y enumerar los daños.

‘‘Pasé en la mañana donde los acreedores, la deuda ya está paga Pedrito. Empecemos de cero, yo te acompaño’’.

David Ching
2012

Thursday, May 3, 2012

Cuando no te fuiste

Azules fueron las mentiras que dijiste,
cuando no te fuiste.
Cálidos y acojedores los abrazos que me diste,
cuando no te fuiste.
Fríos e ingratos los labios que prohibiste,
cuando no te fuiste.
Mentirosas y falsas las caras que me viste,
cuando no te fuiste.
Las quimeras crueles me gritaron ''vos perdiste'',
cuando no te fuiste
Sin culpa ni intención el aire entristeciste,
cuando no te fuiste.

El juicio que nunca tuve cómodo persiste,
porque no te fuiste.
Esta rima infantil y banal se permite,
porque no te fuiste
Mi alma de la contentera, tranquila se desviste
ahora que no importa si te fuiste.

David Ching
2012

Saturday, April 14, 2012

Alzhéimer de Viernes Santo

Toca, visitar al amigo de mi padre, ''que hace años no lo veo, que es muy buena gente y nos invitó a su casa, que lo quiero mucho. ’’ Bueno... los rockos tienen que verse antes de llegar a viejos y empezar a contar funerales.


Empacamos las cosas y nos fuimos al Valle de Antón en Panamá, un pueblillo olvidado que no suma ni resta y (de no ser por sus escuálidos atractivos turísticos) bien podría desaparecer mañana, que nadie lo notaría.


Jesús Alberto Villegas, Chus, le decían, y no podía viajar, algo de salud y los coágulos de sangre en las piernas, mucho tiempo sentado lo jode, ni qué decir la presión de los aviones. El año pasado fue al funeral de su padre en Costa Rica para después aguantar quien sabe cuántas peripecias médicas. Su barba blanca cubre la piel tostada al sol y una barriga feliz se asoma por encima de sus inflamados muslos. Evoca tranquilidad y guarda el recuerdo de su país natal. Una réplica de la negrita cuida la ‘‘Piatra acasa’’, el pequeño hostal en el que vive con su hijo menor y su absorta esposa.


Después de pasar por una fachada empedrada, llegamos a la cocina y a la sala de estar. Hay algo perdido en la mirada de la compañera de vida a la que hace años Chus le pidio matrimonio. Se queda ensimismada, quieta con un libro en sus manos y vocifera intentos de palabras cuando llegamos a saludarla.


El alzhéimer a los cincuenta años es una enfermedad ingrata. Nuria pasa su día bien cuidada en un pequeño rincón a la orilla de la cocina. Chus se encarga de que no le falte nada y siempre se vea pulcra. ''Ella no lee, pero le gusta ver los libros'' dice con amor. Me dirige la palabra cómo para probar a los hijos de su amigo: ''Tráigase unas cervezas colega ¿ustedes no fuman? ¿No? ¡Qué bien!''.


Mientras prende el cigarro y habla con su viejo amigo (mi padre) yo pido permiso y me alejo temporalmente, disfruto conociendo las cercanías de la ''Piatra Acasa''.. En mis recuerdos no registro un lugar más pacífico que este. Dicen que en el centro del valle es hermoso y hay aguas termales, algún día me gustaría ir


No puedo evitar pensar en el vacío que podrían dejar esas palabras cuando se escuchan por primera vez: ''Usted tiene cincuenta años y tiene alzhéimer''. Saber que poco a poco los recuerdos se van perdiendo, las habilidades se esfuman y uno queda así… completamente dependiente, viviendo a costas de nuestros queridos, mientras estos ven cómo nos convertimos en nuestras sombras.


No puedo evitar pensar en el vacío que podrían dejar esas palabras cuando se escuchan por primera vez: ''Su esposa/madre tiene alzhéimer.'' saber que poco a poco se va a ir perdiendo, que más tarde no nos va a reconocer y que se va a ir esfumando y nunca será la misma.


Vuelvo al acogedor hostal porque Chus nos preparó el almuerzo. Debe comer en posición especial, cuidar a su esposa y por si fuera poco, cocinar (que no lo hace nada mal) y servir el almuerzo de la familia y los invitados. Disfrutamos el delicioso arroz con calamares mientras Nuria mantiene su mirada perdida y se alimenta por inercia en la silla de la esquina del comedor, acompañada del mejor calor humano, parece si estar al tanto de ello.


Es difícil no admirar al capitán de la ''Piatra acasa''. Tiene que mantener un hostal, soportar el peso de sus piernas enfermas y resguardar una familia de hijos apartados y esposa decadente, su hijo menor, Mauricio, (el único que todavía vive con ellos) se asoma de vez en cuando e intenta ayudar con una que otra cosa, pero en general es Chus el que lleva la batuta.


Después de la comida viene la tradición de tomar café (ojalá de Costa Rica). Platicamos sobre la familia, las enfermedades, el alzhéimer y sus momentos críticos, de Costa Rica, de Panamá… En fin, todos juntos escampamos un repentino aguacero torrencial que acababa de caer para despertar a las ranas. Una incluso quiere entrar a la Piatra acasa y yo la espanto rápidamente de vuelta a su pozo o charco, aprovecho para quedarme viendo la hermosa vegetación del lugar. Cuando vuelvo me ofrecen vino y agua y (tras una pequeña confusión sobre cual agua era de Ligia y cuál era la mía) me siento a tomarme mi copita y hablar sobre las diferencias entre Panamá y Costa Rica.


Nos despedimos, resultó ser una tarde agradable, pero la imagen de Nuria sola, pulcra y bien cuidada, absorta en su rincón eterno me cautiva y me intriga. Es difícil no pensar en ella, en Chus y en todas las crisis que ha tenido que sufrir. Devolviéndome a Costa Rica todavía pienso en ellos y no puedo evitar notar algo esencial. Pese a todos los problemas, Chus siempre se nota muy feliz.


David Ching 2012

Tuesday, April 10, 2012

Coitos interruptus

Extraño el sabor de los besos a media noche,
del sudor de los colchones empapados de pasión,
de las erecciones incontrolables y la santa eyaculación.

Extraño el suave confort de saberse querido,
el sonrojo tímido de las tetillas excitadas,
los clítoris fogosos de las entrepiernas difamadas.

Es mentira que los años acaban con la libido
o que la edad prohíbe ver pornografía.
Es como si nos burláramos del dios cínico
que predicaba un paraíso al que solo castos irían.

No hay más que hastiarnos, frustrados y solos,
masturbándose para matar las ganas ingratas.
Sonreír falsamente engañándose y receloso
esperando que el tiempo alborote la cama.

David Ching
2012

Sunday, March 11, 2012

Acuse de recibo

Escribime dos o tres palabras en un correo electrónico.
Olvidemos las cartas de amor en papeles amarillos.
Acompañame, dejá de lado las pasiones y el decoro
y el hábito infantil de dibujar corazoncillos

Podría hartarme de enviar palomas engalanadas de oro,
de cursilerías banales, bombones floreados a media noche.
Mejor dejemos de lado los absurdos que fogosos
dejan abandonados bajo la lluvia a los fantoches.

Yo no quiero estar solo ni estar acompañado
ni seguir queriendo querer creer en mentiras
vacías, maquilladas reprimiendo los fracasos
y obligando a sonreír e ignorar tantas astillas

Yo no quiero detalles ni sorpresas con sonrisas.
Quedémonos en lo programado, burocrático y aburrido,
hacer papeleos, calendarios, trabajo de oficina
y cuando leás el mensaje, hacé el acuse de recibo.

David Ching
2012

Wednesday, January 25, 2012

De una noche

Baja la cortina y apártate de la cama,

no quiero saber de las mentiras orgullosas que dirás hoy en la tarde.

Me basta tu sexo vacío de una sola noche,

las hojas amarillas con sabor a cigarro y whisky de garganta carraspeada

las jeringas de heroína en los orinales de los baños públicos

los dibujos pornográficos y grotescos de las páginas de internet

los grafitis misóginos e indecentes que desfilan su erotismo en las esquinas de los transportes públicos.

Deja que la noche pase y que las luciérnagas se apaguen muriendo como cenizas usadas y apestosas.

Mañana te limpiaras las lagañas y restregarás las mugres de tu cara con la fuerza impúdica que aprietan los espejos ingratos.



Estás sola en una esquina viendo de perfil el horizonte,

del otro lado del cristal una hebra de oro se desgaja en una telaraña.

Sos hermosa y tus senos se mezclan con el sabor del café de la mañana.

Alistas tu sonrisa cómo si alistaras la mochila de un niño ficticio que se va a la escuela y llora en el tobogán las heridas de la arena.

Tu mirada sugiere un reprís de la mugre entre los dientes y uñas apestosas a barniz rancio y oscuro.



Yo me quedo vacío, en la esquina de putrefactos olores y perdedores solitarios que se arrancan con sus garras las entrañas y corren como niños detrás de las mariposas desnudos y agonizantes,

llorando ácido punzante que baja por el pecho y clava agujas en los corazones cobardes y mentirosos.

Respiro un gas mostaza penetrante y despido la mirada en una ventana perdida en el mundo de nunca jamás.