Monday, May 26, 2014

El soldado 25673


Cuando supe que yo había sido concebido en medio de una guerra muchas cosas empezaron a tener sentido, otras lo perdieron totalmente. Ese día salí de la biblioteca familar y lo primero que hice fue enviar un correo solicitando información a los registros del ejército rojo.  Yo sabía que mi padre se había enlistado a sus escasos dieciocho años y que para los veintiuno ya vivía en el recóndito país  perdido en el que me críe.

Recibí una respuesta cajonera: ‘‘El último registro que se tiene del soldado 25673 corresponde a la campaña exploratoria 324. Nunca más se le volvió a  ver’’. Según decían, cien personas partieron en la misión, tan solo treinta volvieron. Todos rangos menores. Como se avecinaba otra guerra no hubo tiempo de volver a explorar la zona, era mejor dejarlos en el olvido. Las fechas se registraban a siete meses de mi nacimiento.

Mi padre era un hombre silencioso. Me resultaba estresante su forma de evadir respuestas pretendiendo no haber escuchado las preguntas. Nunca supe por qué yo no tenía ningún tío, ni ningún abuelo,  y de niño solía creer que el idioma extraño que hablabamos era una invención bonita, nuestro propio ‘‘idioma secreto’’. Fue mucho después que comprendí que era un dialecto de los climas templados.

Decidí viajar en busca de la historia detrás de la campaña exploratoria 324. Fue difícil. Guillermo Artavia no es precisamente un nombre oriundo de esa zona y nunca supe el verdadero nombre de mi padre.Fue frustrante,  cansado de buscar sin sentido de un lado a otro estuve a punto de tirar la toalla. No fue hasta que crucé la calle 32 que un retazo de respuesta surgió.

Yo sabía que esa calle era especial. Recuerdo que mi padre la mencionó en una noche de tragos y nunca más se quiso referir al tema. Por eso decidí matar el tiempo en el cafe de la esquina y allí se me acercó un tal señor Kan. Congeniamos inmediatamente.

Cuando me encaminaba de vuelta al hotel me invitó a su casa, como yo no tenía nada que hacer accedí. Parecía tener unos quinientos años y de alguna manera me recordaba a mi mismo. En su forma de hablar y sus gestos, yo notaba un ademán propio mío, que nunca identifiqué en mi padre ni en mi madre. En la repisa había una foto que me llamó la atención desde el momento en que entré, pero no fue luego de unas cuantas cervezas que me di cuenta. Esa joven que abrazaba al señor Kan. sin lugar a dudas, era mi madre. Quizás irreconocible para algunos, pero clarísimo para mí.

Volví  al día siguiente, pero no fue hasta la tercera visita que me atreví a soltar la bomba. ‘‘¿De dónde conoce a esa mujer?’’ inmediatamente su voz se fragmentó. Sus ojos azules se limpiaron, como adquiriendo una claridad absoluta.

‘‘Yo sabía que eras vos. Entendé que yo quise mucho a tu madre y tu papa también. Éramos jóvenes y estúpidos. Todo indicaba que yo iba a morir…. Tu padre sabía que ella estaba embarazada de mí, y no me reprochaba, creo que no podía… pero la guerra es cruenta... Que los tres hayamos sobrevivido fue un milagro para ellos y una maldición para mí…’’

Nunca pudo terminar de contarme, pero no hacía falta. Salí de su casa para nunca más volverlo a ver. No fue a propósito pero tampoco quería. Yo había tenido sólo un padre, y me gustaba que mi historia fuera así.

David Ching
2014

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