Monday, September 29, 2008

Señor Psicólogo

Son esas mismas ilusiones las que nos hacen retirar un par de cursos o fumarse algunos cigarros a la salida de clases, viendo la lluvia caer en nuestros pantalones de mezclilla rotos por el tiempo. Para después volver a casa y ver a nuestra madre preocupada por los pantalones porqué no entiende que no, que así nos gusta andar y aunque no nos guste, no importa realmente. Nosotros, siempre creyendo que unas clases de economía o de química no van a hacer ninguna diferencia y por eso nos perdemos, y vamos por unas cuantas cervezas, y esos otros pendientes de quien sabe qué. Hasta que algún día nos cae algo que nos interesa en las manos.

Ahí veremos al futuro doctor y la futura bióloga hablar de existencialismo y corrientes positivistas y todo eso que se supone que deberíamos de saber todos.

La vez pasada me topé a la futura bióloga, pero me ignoró. Odio sentir esa prepotencia con la que se jactan esos que creen que su profesión es mejor que las demás. El futuro doctor también es un poco ‘‘nariz p’arriba’’ pero, por más que se queje, yo lo he visto saltar en los charcos de las aceras cuando llueve en exceso.

Me siento tan torpe e hipócrita a veces, cuando los saludo con mi sonrisa falsa y voz calurosa, pero todavía más cuando los critico, sabiendo que soy exactamente igual que ellos.

El futuro doctor me agrada, a pesar de todo. Tiene una extraña manía por los cafés de media tarde y los cigarros fuertes. Habla con voz pausada y lenta, a veces me dan ganas de gritarle que el tiempo pasa y que hable más rápido.

La futura bióloga es tan agradable como clavar clavos en mis ojos (y no soy masoquista). Su voz chillona no ayuda a soportarla, pero de vez en cuando sus cabellos acolochados bailan alrededor de sus suaves pechos y no puedo dejar de mirarla. Ha de pensar que soy un morboso indecente.

Dejando las cervezas, las clases y los cigarros a un lado, siento ocasionalmente la necesidad de correr en círculos alrededor de las facultades de la universidad y ver a los ilusos quejarse de algún hecho pueril.

Algunas veces me dan ganas de agarrar las pancartas de esos prepotentes (que siempre están enaltecidas con algún color político) y quemarlas. Decirles a ellos que estoy hastiado de la política y que dejen vivir a los que no queremos saber nada de eso, pero entonces me daría asco yo mismo porque sé que en unos días también estaré con pancartas de colores.

También, de vez en cuando, quiero mandarlo todo a la mierda. Las cervezas, las clases, los cursos que retiré, los cigarros, y lo demás, pero si todo eso se va al carajo ¿Qué haría yo después? ¿qué pensarían de mí el futuro doctor y la futura bióloga?

Ahora si doctor…¿Cuál es mi problema?

Wednesday, September 24, 2008

Y Te Vas

Deja que la casa guarde polvo
Que un par de plantas se asomen al sol
Que las ventanas se pongan amarillas
Y los cuadernos se vuelvan sordos
Y los lapiceros se sequen al sol
Y los cajones acumulen millas

Lás lagrimas corren tus arrugas
El telón no volverá a caer
Fotografías sepia irán a acompañar
A un par dde papeles con notas absurdas
Pañuelos que nunca se terminaron de tejer
Cartas que no te atrevista botar

Camina con los brazos abiertos al cielo
Sin miedo a flanquear, sin miedo a vacilar
¿qué más da otra caída en tu historia?
No mires abajo, no mires alsuelo
Frente alta, viendo al mar
Con el orgullo que respalda la memoria

Y te vas…


David Ching
2008

Friday, September 19, 2008

Qué fácil era

Todo era más fácil cuando estaba enamorado
El lápiz no pensaba, solo se iba, cómo ahora
Y en los momentos también en que lloraba descorazonado
Y repetía mis costumbres en rutina cada hora

Soñaba con una taza de café
Cada mañana cuando el sol salía a jugar
Y esperaba hacer una llamada a las seis
Con la ilusión de la fe en algo trivial

Qué fácil era cuando creía en el amor
Cuando solía soñar a ventanas abiertas
‘‘espérate que sepas que no es pura pasión’’
‘‘Espérate que sepas que no se han ido las reinas’’

Pero ya no es así, ya todo se fue
Se quedó empolvado en alguna ventana
Se lo llevo el viento y se fue el querer
Ya no siento el café ni el sol de la mañana

Perdí la fe que nunca tuve
Y ya no llamo a las seis a nadie
Ni espero en rosas que tú me arrulles
Ni guardo aplausos, ni pido zarpes.

Y aún así, guardo el calor
La esperanza de que un día todo vuelva
‘‘espérate que sepas que no es pura pasión’’
‘‘espérate que sepas que no se han muerto las reinas’’


David Ching
2008


(un poco cursi... ya sé)

Saturday, September 13, 2008

Los Gigantes

Y es que cuando terminan mejor que uno
¿Qué se puede hacer?
Se puede rebuscar entre la basura,
Imitar a las estrellas,
Decir ese ‘‘te acordás’’ que nunca falla
Tomar un par de tragos entre amigos
Y hasta escribirte un par de cosas

Pero olvidemos todo eso por un instante
Y pensemos ¿Quién fuer?
¿Quién supo adelantarse a su tiempo
Y quitarnos la ilusión de ver nuestro rostro en sepia?

Entonces lo envidiamos
Y nuestros ojos rojos de furia
Incandescentes como el fuego de la hoguera
Van a reclamarle sus triunfos
Y lo condenamos por no ser de nosotros
Sino de ellos, de los demás
Y le tiraremos piedras y culebras
Y lo odiaremos por siempre

Yo no se usted, pero yo prefiero
Rebuscar entre la basura
Imitar a las estrellas
Decir ese ‘‘¿te acordás?’’ que nunca falla
Tomar un par de tragos entre amigos
Y hasta escribirte un par de cosas
Ah y casi se me olvida
Seguir intentando


2008
David Ching

Un intento de versolibrismo

Wednesday, September 10, 2008

¿Adónde?

¿Adónde yace la justicia de lo que quiero ser?
¿Adónde marcan el valor de lo que quiero tener?
¿Adónde pierdo la oportunidad del falso temer?
¿Adónde lucha el que pierde la batalla de fe?

¿Adónde se excusan las excusas de amores perdidos?
¿Adónde acaban las cartas de los no correspondidos?
¿Adónde mueren las letras de los poemas dolidos?
¿Adónde se oculta la hermosa ninfa del río?

¿Adónde maldigo la suerte del perro?
¿Adónde hechizo la voluntad de los cielos?
¿Adónde terminas de peinar tus cabellos?
¿Adónde se acaba el valor de mi espejo?

¿Adónde dicen que sí los amores?
¿Adónde dicen que no las pasiones?
¿Adónde regresan esos ricos sabores?
¿Adónde enfrentamos los terribles temores?

¿Adónde me apunto en la lista de espera?
¿Adónde está la espada de la lucha del poeta?
¿Adónde van las lágrimas de las damas esbeltas?
¿Adónde cayó mi arrojada saeta?

¿Adónde se extravió mi primer cuaderno?
¿Adónde se fue este crudo invierno?
¿Adónde la lluvia ha secado el momento?
¿Adónde el viento pasmó lo que siento?

¿Adónde dice el testigo la verdad?
¿Adónde el canalla se va a ocultar?
¿Adónde por siempre he buscado el jamás?
¿Adónde me viene a buscar el azar?

¿Adónde acabo, empiezo, voy y prosigo?
¿Adónde va el corazón y adónde el olvido?
¿Adónde se marca mi verdad con un hilo?
¿Adónde encuentro lo que soy y he sido?

David Ching
2008

Saturday, September 6, 2008

Traición de Daniel

Coleccionaba en un cajón los recuerdos de timbres secos, del brindis de lágrimas, del sabor de la sal, veía aquel cofre de tesoros recordando todos esos tiempos pasados. Estaba completamente ensimismado cuando lo sorprendió Domingo Mejía, entró de imprevisto y sin mirarlo a la cara le extendió una nota tan arrugada como la camisa de Juan José.

-Usted sabe que no quiero interrumpirle, pero el deber es el deber- dijo Domingo previniendo el golpe que Juan José Vindas estaba a punto de darle.

Juan José comprendió de inmediato- a pesar de su carácter solía, entender a la gente- y después del muchas gracias y las formalidades vanas –sin olvidar pasarle candado al cajón- bajó para ver la nubosidad del día. A lo lejos, esa maldita sirena con su ‘‘wio-wio’’ enturbiaba cualquier mente, pero ya estaba acostumbrado, era como vivir con la amenaza de la guerra fría, con la amenaza con la que estaba más acostumbrado a vivir que nadie en este mundo.

La nota no era más extensa de tres cuartillas, pero lograba quebrar el labio y refractar la voz. No era su amigo, ni mucho menos algún familiar (aunque… tal vez sí), pero todavía recordaba estar cargando armas a orillas de un río diáfano y oír las granadas lejanas caer en alguna ciudad cuyo nombre se había perdido. Era uno más de los tantos, pero quizás este tenía más realidad, más carne y hueso, y no era solo una idea vana.

Releía las gordas letras que recalcaban el DANIEL LÓPEZ como si fuera un fantasma perdido, no es que no lo fuera… pero esta vez sonaba tan cierto, tan tangible. Sabía que difícilmente lo volvía a ver con vida, pero no estaba preparado. Esta muerte lo hacía pensar en volver, volver a la capital, volver a su vida civil y pacífica, sin tener que preocuparse más por esta traición.

Pero volver implicaba, pedir perdón, pedir aceptación, volver al rechazo de su pensamiento y dejar de ser él, pero ¿Acaso era él ahora? Hacía años que se sentía como una sombra de lo que alguna vez fue. ¿Cómo calzaba el nombre Juan José Vindas en esa imagen tan sinsabor, tan vacía?... No, no podía volver. No se atrevía.
Domingo bajó y de forma taciturna lo miró de reojo con un viejo desván le tiró una vieja tela roja con negro, y después de las formalidades vanas se marcho… A lo largo del camino volvió su vista y gritó con despecho: ¡VIVA AUGUSTO!

El grito retumbaba en un eco implacable y volvía a enmarcar la duda, volvía al pasado…era como una prisión vivir en esta línea divisoria, no podía ir al norte y tampoco al sur. El nombre Augusto era el valor, era la virtud, era el principio por el cual luchó, pero el apellido que lo acompañaba era, un nido de culebras, una piñata, una traición. Juan José tiró la tela al horizonte, entró y abrió del cajón, guardó la carta que acababa de recibir y sacó una pequeña tela blanca, azul y roja con el retrato de un señor cachetón y de porte fino, cuyas siglas se leía debajo: ‘‘R A C G’’. La imagen estaba carcomida por el tiempo. Se detuvo a mirarla con cariño junto con unos apuntes fotocopiados de un tal Mora.

Recordó que no le había pagado a Domingo, pero no le dio importancia, lo más probable era que volviera con el viejo correo días después, con la misma hiel en la boca a darle otro obituario de un antiguo compañero de armas. Ya ninguno podía ser peor que este… Daniel López había cruzado con él, había retado al mundo igual que él, Pero no volvió con él a la patria que vio sus nacimientos, que no entendía sus ideales y en la que el negro y el rojo no significaban más que un equipo de fútbol.
Hacía más de un año que Juan José se había condenado al auto exilio cerca de la casona, sabía que tarde o temprano debía pedir perdón (aunque no tenía en realidad motivos para hacerlo), volver a estudiar, y vivir una vida tranquila. Era eso o volver al norte, a luchar de brazo partido contra las corrientes del mar para ser acribillado como su camarada. Pero hacía ya mucho tiempo que decidió no volver sin tener la fortaleza de dar una vuelta a la casona, sabía que si se marchaba sin hacerlo, de nada hubiera servido vivir tanto tiempo en esta embajada.

Juan José se quedó mirando a lo lejos la vieja casona hasta que cayó la noche. Durmió con pesares pero sin remordimientos, eso sí, fue menester para la pobre alma suya volver a ver sus pequeños tesoros, el retrato, los apuntes, la bandera, la última foto antes de enlistarse, en fin… todo lo que le recordaba su vieja vida, todo lo que le recordaba quién era Juan José Vindas.

Pasó así ensimismado en este mundo varios días, pensando en Augusto César, en el retrato, en los apuntes pero más que todo en Daniel López, todos habían sido de cierta forma sus maestros, sus mentores, ninguno tan cercano como López, pero tampoco tan lejanos como un perdido líder barbudo de una isla caribeña, o un asmático argentino fusilado. Siempre hablaba de López o de Daniel López (quizás por una escondida fobia al nombre Daniel cuando lo acompañaba un apellido en especial), cuando, cada muerte de obispo, se encontraba un camarada perdido, algún amigo o cualquiera que pudiera platicar con él, al fin y al cabo se había auto condenado a esto, a la soledad, a limpiar su mente y a hablar con quien cualquier desafortunado que cruzara su camino, sin importar opinión, credo o apariencia.

A veces Domingo traía el correo y Juan José aprovechaba para intentar escapar de la soledad y hablar de las noticias, aunque nunca eran buenas, eran restos de obituarios perdidos que solo un antiguo amigo se dignaba a brindarle desde el norte. Casi nunca traía noticias de vivos, ya los vivos habían dejado de importar porqué eran pocas las muertes (por lo menos eran menos que antes).

Juan José en sus conversaciones vacías siempre terminaba viendo al pasado, golpeando su alma, ya fuera él o la otra parte (era el tema del momento). Su mente seguía siendo radical, su alma no…sabía que todos sus principios eran grandes y correctos, al fin y al cabo, eran principios, y con esto bastaba para alcanzar (aunque fuera por un débil y breve momento) una falsa tranquilidad. Olidarse por un momento de la traición

En medio de esta isla de inundaciones llegó una carta de esas que recibía esporádicamente y que nunca tenía el valor de botar ni de leer. Esta venía con un sello elegante y un sobre caro (esos lujos que Juan José siempre odio ¿o no?... y quizás por eso siempre venían así) Esta vez fue diferente, el valeverguismo pudo más que el miedo y sin ademanes de forcejeos la abrió y empezó, de arriba abajo, a leerla. Fue hasta después de las imploraciones familiares, de las lágrimas dibujadas con palabras, que cayó en conciencia que era el primer documento postal que leía, exceptuando los de Domingo.

Esa nueva carta hablaba de su regreso, de no seguir contra el enemigo, de dejar pasar todo… nada nuevo, era el mismo cliché que en su mente escribió durante años de revolución. Todavía no podía creer que su familia veía no lo entendía, pero nada podía hacer ya. No había caso, la revolución había sido traicionada e iba a ser destruida por la contra.

Despues de unos días llegó de nuevo Domingo, sin cartas ni noticias, solo a hablar un poco. El clásico ¿Cómo vas? Los acentos marcados y el sentimiento revolucionario vigente aún.

-¿Comó nos abandonaste hermano?- decía Domingo

-Nos traicionaron, y ahora ellosvan a ganar- decía Juan José

Y así cambiaban el tema, iban a mujeres, alcohol, y todas esas pequeñas cosas que hablan los hombres solos en sus tiempos sin lágrimas ocultas. Pasaban así la tarde los dos amigos hasta que Juan José no pudo más. Pagó sus deudas (¿voluntarias?) a Domingo y dijo:

-Ves esa casona, ahí luchamos nosotros a brazo partido antes de ir a luchar con ustedes hermanos, de ahí los sacamos y nos defendimos. Ahí esta el espíritu que hoy nos falta, ahí están las almas de los que ayer estuvieron, de los que hoy nos tenemos que encerrar.

-La verdad hermano, son otros tiempos, tu patria no arde, la mia si… pero no te preocupes por nosotros pue, que no quiero que te mates o te maten como a Lopez

Fue quizás este el detonante para que Vindas se levantara, y evocara la lucha de hace más de un siglo. Caminaba por los pasillos de la casona, olvidando que sus enemigos estarían por ahí, ‘‘pintando escuelas’’. Ya había pasado el odio… ese maldito odio que le carcomía el alma y le destrozaba la mente. Solo conocía ahora su vida, ya los conflictos habían muerto dentro de él. El idealismo, la guerra, todo eso había pasado, había muerto como una guerra de hace unos treinta años que no había destrozado tanto a su paso como esta. Y después de darle esta vuelta a la casona, volvió donde Domingo.

Su hermano del alma lo esperaba y sabía a que venía, intento decir adiós, pero Juan José no quiso, había finalmente cumplido aquello que se había propuesto y que significaba el final de su autoexilio, pero no dejaría a Domingo solo, este compadre había de sufrir mucho en un gran país que se estaba cayendo con un Daniel muerto, un Daniel que los había traicionado, Vindas no lo podía permitir. Por eso, después de unos pocos convencimientos y las formalidades vanas, los dos compadres se fueron abrazados caminando juntos a un mismo rumbo, hacia un lugar sin piñatas, ni traiciones.


David Ching
2007

Este cuento hasta ahora me atrevo a publicarlo por ser el más político que he escrito