Saturday, September 6, 2008

Traición de Daniel

Coleccionaba en un cajón los recuerdos de timbres secos, del brindis de lágrimas, del sabor de la sal, veía aquel cofre de tesoros recordando todos esos tiempos pasados. Estaba completamente ensimismado cuando lo sorprendió Domingo Mejía, entró de imprevisto y sin mirarlo a la cara le extendió una nota tan arrugada como la camisa de Juan José.

-Usted sabe que no quiero interrumpirle, pero el deber es el deber- dijo Domingo previniendo el golpe que Juan José Vindas estaba a punto de darle.

Juan José comprendió de inmediato- a pesar de su carácter solía, entender a la gente- y después del muchas gracias y las formalidades vanas –sin olvidar pasarle candado al cajón- bajó para ver la nubosidad del día. A lo lejos, esa maldita sirena con su ‘‘wio-wio’’ enturbiaba cualquier mente, pero ya estaba acostumbrado, era como vivir con la amenaza de la guerra fría, con la amenaza con la que estaba más acostumbrado a vivir que nadie en este mundo.

La nota no era más extensa de tres cuartillas, pero lograba quebrar el labio y refractar la voz. No era su amigo, ni mucho menos algún familiar (aunque… tal vez sí), pero todavía recordaba estar cargando armas a orillas de un río diáfano y oír las granadas lejanas caer en alguna ciudad cuyo nombre se había perdido. Era uno más de los tantos, pero quizás este tenía más realidad, más carne y hueso, y no era solo una idea vana.

Releía las gordas letras que recalcaban el DANIEL LÓPEZ como si fuera un fantasma perdido, no es que no lo fuera… pero esta vez sonaba tan cierto, tan tangible. Sabía que difícilmente lo volvía a ver con vida, pero no estaba preparado. Esta muerte lo hacía pensar en volver, volver a la capital, volver a su vida civil y pacífica, sin tener que preocuparse más por esta traición.

Pero volver implicaba, pedir perdón, pedir aceptación, volver al rechazo de su pensamiento y dejar de ser él, pero ¿Acaso era él ahora? Hacía años que se sentía como una sombra de lo que alguna vez fue. ¿Cómo calzaba el nombre Juan José Vindas en esa imagen tan sinsabor, tan vacía?... No, no podía volver. No se atrevía.
Domingo bajó y de forma taciturna lo miró de reojo con un viejo desván le tiró una vieja tela roja con negro, y después de las formalidades vanas se marcho… A lo largo del camino volvió su vista y gritó con despecho: ¡VIVA AUGUSTO!

El grito retumbaba en un eco implacable y volvía a enmarcar la duda, volvía al pasado…era como una prisión vivir en esta línea divisoria, no podía ir al norte y tampoco al sur. El nombre Augusto era el valor, era la virtud, era el principio por el cual luchó, pero el apellido que lo acompañaba era, un nido de culebras, una piñata, una traición. Juan José tiró la tela al horizonte, entró y abrió del cajón, guardó la carta que acababa de recibir y sacó una pequeña tela blanca, azul y roja con el retrato de un señor cachetón y de porte fino, cuyas siglas se leía debajo: ‘‘R A C G’’. La imagen estaba carcomida por el tiempo. Se detuvo a mirarla con cariño junto con unos apuntes fotocopiados de un tal Mora.

Recordó que no le había pagado a Domingo, pero no le dio importancia, lo más probable era que volviera con el viejo correo días después, con la misma hiel en la boca a darle otro obituario de un antiguo compañero de armas. Ya ninguno podía ser peor que este… Daniel López había cruzado con él, había retado al mundo igual que él, Pero no volvió con él a la patria que vio sus nacimientos, que no entendía sus ideales y en la que el negro y el rojo no significaban más que un equipo de fútbol.
Hacía más de un año que Juan José se había condenado al auto exilio cerca de la casona, sabía que tarde o temprano debía pedir perdón (aunque no tenía en realidad motivos para hacerlo), volver a estudiar, y vivir una vida tranquila. Era eso o volver al norte, a luchar de brazo partido contra las corrientes del mar para ser acribillado como su camarada. Pero hacía ya mucho tiempo que decidió no volver sin tener la fortaleza de dar una vuelta a la casona, sabía que si se marchaba sin hacerlo, de nada hubiera servido vivir tanto tiempo en esta embajada.

Juan José se quedó mirando a lo lejos la vieja casona hasta que cayó la noche. Durmió con pesares pero sin remordimientos, eso sí, fue menester para la pobre alma suya volver a ver sus pequeños tesoros, el retrato, los apuntes, la bandera, la última foto antes de enlistarse, en fin… todo lo que le recordaba su vieja vida, todo lo que le recordaba quién era Juan José Vindas.

Pasó así ensimismado en este mundo varios días, pensando en Augusto César, en el retrato, en los apuntes pero más que todo en Daniel López, todos habían sido de cierta forma sus maestros, sus mentores, ninguno tan cercano como López, pero tampoco tan lejanos como un perdido líder barbudo de una isla caribeña, o un asmático argentino fusilado. Siempre hablaba de López o de Daniel López (quizás por una escondida fobia al nombre Daniel cuando lo acompañaba un apellido en especial), cuando, cada muerte de obispo, se encontraba un camarada perdido, algún amigo o cualquiera que pudiera platicar con él, al fin y al cabo se había auto condenado a esto, a la soledad, a limpiar su mente y a hablar con quien cualquier desafortunado que cruzara su camino, sin importar opinión, credo o apariencia.

A veces Domingo traía el correo y Juan José aprovechaba para intentar escapar de la soledad y hablar de las noticias, aunque nunca eran buenas, eran restos de obituarios perdidos que solo un antiguo amigo se dignaba a brindarle desde el norte. Casi nunca traía noticias de vivos, ya los vivos habían dejado de importar porqué eran pocas las muertes (por lo menos eran menos que antes).

Juan José en sus conversaciones vacías siempre terminaba viendo al pasado, golpeando su alma, ya fuera él o la otra parte (era el tema del momento). Su mente seguía siendo radical, su alma no…sabía que todos sus principios eran grandes y correctos, al fin y al cabo, eran principios, y con esto bastaba para alcanzar (aunque fuera por un débil y breve momento) una falsa tranquilidad. Olidarse por un momento de la traición

En medio de esta isla de inundaciones llegó una carta de esas que recibía esporádicamente y que nunca tenía el valor de botar ni de leer. Esta venía con un sello elegante y un sobre caro (esos lujos que Juan José siempre odio ¿o no?... y quizás por eso siempre venían así) Esta vez fue diferente, el valeverguismo pudo más que el miedo y sin ademanes de forcejeos la abrió y empezó, de arriba abajo, a leerla. Fue hasta después de las imploraciones familiares, de las lágrimas dibujadas con palabras, que cayó en conciencia que era el primer documento postal que leía, exceptuando los de Domingo.

Esa nueva carta hablaba de su regreso, de no seguir contra el enemigo, de dejar pasar todo… nada nuevo, era el mismo cliché que en su mente escribió durante años de revolución. Todavía no podía creer que su familia veía no lo entendía, pero nada podía hacer ya. No había caso, la revolución había sido traicionada e iba a ser destruida por la contra.

Despues de unos días llegó de nuevo Domingo, sin cartas ni noticias, solo a hablar un poco. El clásico ¿Cómo vas? Los acentos marcados y el sentimiento revolucionario vigente aún.

-¿Comó nos abandonaste hermano?- decía Domingo

-Nos traicionaron, y ahora ellosvan a ganar- decía Juan José

Y así cambiaban el tema, iban a mujeres, alcohol, y todas esas pequeñas cosas que hablan los hombres solos en sus tiempos sin lágrimas ocultas. Pasaban así la tarde los dos amigos hasta que Juan José no pudo más. Pagó sus deudas (¿voluntarias?) a Domingo y dijo:

-Ves esa casona, ahí luchamos nosotros a brazo partido antes de ir a luchar con ustedes hermanos, de ahí los sacamos y nos defendimos. Ahí esta el espíritu que hoy nos falta, ahí están las almas de los que ayer estuvieron, de los que hoy nos tenemos que encerrar.

-La verdad hermano, son otros tiempos, tu patria no arde, la mia si… pero no te preocupes por nosotros pue, que no quiero que te mates o te maten como a Lopez

Fue quizás este el detonante para que Vindas se levantara, y evocara la lucha de hace más de un siglo. Caminaba por los pasillos de la casona, olvidando que sus enemigos estarían por ahí, ‘‘pintando escuelas’’. Ya había pasado el odio… ese maldito odio que le carcomía el alma y le destrozaba la mente. Solo conocía ahora su vida, ya los conflictos habían muerto dentro de él. El idealismo, la guerra, todo eso había pasado, había muerto como una guerra de hace unos treinta años que no había destrozado tanto a su paso como esta. Y después de darle esta vuelta a la casona, volvió donde Domingo.

Su hermano del alma lo esperaba y sabía a que venía, intento decir adiós, pero Juan José no quiso, había finalmente cumplido aquello que se había propuesto y que significaba el final de su autoexilio, pero no dejaría a Domingo solo, este compadre había de sufrir mucho en un gran país que se estaba cayendo con un Daniel muerto, un Daniel que los había traicionado, Vindas no lo podía permitir. Por eso, después de unos pocos convencimientos y las formalidades vanas, los dos compadres se fueron abrazados caminando juntos a un mismo rumbo, hacia un lugar sin piñatas, ni traiciones.


David Ching
2007

Este cuento hasta ahora me atrevo a publicarlo por ser el más político que he escrito

No comments: