Tuesday, November 29, 2022

Inausencia

 Yo  quería extrañarte

despertar para ver que no estabas

y notarlo.


Yo quería recordarte con cariño

o al menos con resentimiento

o al menos con tristeza.


Yo quería que nuestro tiempo fuera importante.

No tener que hacer el esfuerzo

de traerte a mi mente

para escribir las memorias

y explicar los retazos perdidos.


Yo sé que la pasamos bien,

que nos quisimos, 

que las sonrisas fueron muchas

y los besos no costaban,

pero ya no estás aquí

y  yo no estoy allá,

y me cuesta recordarte,

y quizás es lo mejor

pero no lo que quería.

Wednesday, December 30, 2020

Darle cuerda al reloj

¡Cómo nos gusta darle cuerda al reloj!
Marcar las horas de una rutina que solíamos despreciar,
o al menos ignorar con la abnegada paciencia
y la triste resignación
de que un día cambiaría...
para mejor.

Pasan las horas, los días, las semanas, los meses
y seguimos anhelando los mismos espejismos.
las mentiras cuya verdad cuesta ignorar
mientras tratamos de mantenernos cuerdos,
de seguir respirando minuto a minuto
de decirnos a nosotros que todo va a ser normal.

Como si la normalidad fuera algo estático,
cómo si el tiempo que pasáramos esperando no pasara,
como si al muerte no fuera algo dramático, 
como si el miedo no tuviera cara.

Y seguimos,
con las mismas excusas,
con los mismos vaibenes.
Y seguimos,
pretendiendo que no lloramos en las noches
y que nada se ha perdido de manera permanente.

Y seguimos...

Wednesday, May 22, 2019

La Tiranía de la Distancia


El tiempo pasa midiendo los kilómetros en que no nos vemos,
las horas de distancia y diferencia que financian nuestra rutina,
u los recuerdos demasiado cercanos para no ser reales.

Contamos los segundos para poder mirarnos sin mirarnos,
fingiendo entre sonrisas que no nos echamos de menos
mientras tachamos días y meses en el calendario

Pero seguimos despertando bajo los mismos cielos grises,
esclavizados por la esperanza del volver
y obsesionados por hacer pequeños los océanos,

y seguimos contando los granitos de arena,
que fatigan cada uno de nuestros respiros
y nos venden ilusiones de cercanía...
De que el tiempo es corto y pronta la espera.

Sé que te amo por como extraño la caricia matutina de tu sonrisa,
por como nos miramos cuando sabemos que no estamos ahí
y por como intentamos mantenernos solemnes ante esta tiranía,
que con todo su peso de distancia,
no ha terminado de desgranar la decisión y el aplomo
para adelantar los relojes y marcar las fechas
en que finalmente podremos respirar.

Sunday, May 5, 2019

Mamá no está bien.


Me gustaría estar escribiendo para decirte que todo está bien. Las cosas tampoco están mal, tan sólo están. Me levanto cada día y a veces llego a la noche con un poco más de ánimos que antes y eso es bueno, supongo.

Sí ha habido algunos cambios. Desde que volví mis sueños se han vuelto más fuertes, más reales por decirlo así. Me despierto y tardo algunos segundos en comprender que estoy en la realidad y que nada de lo que juraba estar viviendo era verdadero.  También son más placenteros, a veces lloro cuando caigo en mis sentidos y cierro los ojos intentando forzarme a dormir y volver. Supongo que entre más lejano me siento más añoro algunas cosas de los viejos tiempos y es duro darse cuenta de que no volverán.

En fin, te escribo porque Javier pasó la semana pasada y me dijo que preguntaste por mí. Supongo que debí empezar esta carta diciendo eso. Quería decirte que sigo en el mismo lugar y que podés escribirme. Hasta podés darte una vuelta, tampoco queda tan lejos y estoy seguro que podríamos acomodarte si quisieras pasar un par de días. El lugar puede ser agradable, principalmente cuando se está poniendo el sol. Yo sé que te gustan los atardeceres y a veces me pregunto si es por eso que elegí este lugar.

Aunque todo eso probablemente Javier ya te lo contó y supongo que también supiste lo de Marlen. Es cierto, lo esperábamos, pero igual pega. La última vez que te vi estábamos en la puerta de la casa y comentamos lo demacrada que se veía. Bien sabíamos que ninguno de nosotros quería correr la responsabilidad de cuidarla. Ella está bien, dentro de lo que cabe. Come bien y la sacan a pasear, incluso a veces me reconoce. Sé que las enfermeras siempre le dicen que “Ahí viene Mauro” para que recuerde mi nombre, pero puedo distinguir el brillo en sus ojos cuando me recuerda y cuando no. Vos también deberías de visitarla.

Recuerdo perfectamente la tarde en que lo notaste. Terminamos de tomar café y cuando ella se retiró a su cuarto me dijiste: “Mamá no está bien”. Con esas cuatro palabras me confirmaste todo lo que creí que sólo yo creía y, sin saberlo, marcaste un punto en el que, viendo en retrospectiva, todo empezó a cambiar.

Fue ahí cuando empecé a recordar mis sueños, a veces hasta días después de haberlos tenido. Eso nunca me había pasado. En ese entonces Sara no me había dejado, y al notar que ahora me despertaba de maneras abruptas, a veces gritando de terror, comprendió que algo sucedia. A punta de conversaciones mantuvimos una especie de “diario de sueños informal” y descubrimos que las pesadillas eran recurrentes y tenían temas comunes. A veces caía en especies de telarañas y entre más trataba librarme más me enredaba en ellas. Otras veces recorría un laberinto oscuro y cuando volvía para recordar el camino era totalmente diferente.

Sara decía que era el miedo de ir cayendo como Mauren, de ir perdiendo los pensamientos. Ella siempre tenía una respuesta y a veces eso me tranquilizaba, a veces lo extraño. Javier, en cambio, creyó que se trataba de viejos traumas, inminentes retornos a los tiempos en que Mauren reinaba con su completa autoridad en la casa y me gritaba por horas si me atrevía a llamarla por su nombre.
Creo que al final se resignó porque todos nos fuimos. Aún recuerdo ver a Javier levantarse con su impecable uniforme y de manera definitiva asegurar que no volvería a poner un pie en la casa. Él siempre tuvo el don de dejar su marca definitiva aún sin alzar la voz y siempre fue el más valiente de nosotros cuando teníamos que discutir las cosas en la mesa. A vos te tomó mas tiempo y tal vez por eso lo tengo aún más pasmado en mi memoria. No se si lo supiste, pero la primera en encontrar la nota fue Sara, la puso sobre el escritorio de Mauren tal como la habías dejado.

Nadie tuvo que enseñármela, con sólo ver la forma de andar que tenías cuando saliste supe que era una de las últimas veces que nos veríamos. No te quiero reclamar, pero aún hoy, me pregunto porque no me lo dijiste, no es como que era un secreto o como que yo le iba a decir a Mauren que sus otros dos hijos se habían hartado de todo y el único que seguía, lo hacía porque alguien tenía que quedarse. Igual encontré excusas para irme al final. Ninguno quería estar ahí, todos lo pensábamos, pero nadie estaba dispuesto a decírselo, hablar las cosas siempre fue complicado y las viejas mañas cuesta quitarlas.

Quizás por eso Sara se hartó. Ahora que lo pienso no te lo había contado, pero bueno, ya sabés. Aún hablamos, fue una separación cordial en la que yo tampoco veía mucho como seguir. Ahora vive con un tipo que trabaja de ingeniero, creo, es buena gente. Todavía la llamo algunas de las pocas veces que me despierto sudando frío con alguna pesadilla, que a ser justos es cada vez menos y casi siempre termino marcando a Javier.

Tal vez todo esto es porque Mauren ya no vive acá. Sí, me duele verla en el asilo, pero de todas las personas a vos es a quien menos tengo que ocultarle el alivio de no tener que pensar diez excusas por todo lo que hago o constantemente medir cada palabra para evitar berrinches innecesarios o alusiones a un padre que nunca estuvo. Ahora puedo dedicarme a lo mío y casi nunca tengo pesadillas. Si vienes a la casa, notarás un aire de libertad que nunca se sintió antes.

Tu cuarto sigue igual, eso sí. También el de Javier.  Esta vida de escribir por encargo cada cierto tiempo no permite planear grandes remodelaciones y tampoco creo que las haría. Me gusta dejar los cuartos como estaban, me traen algunos buenos recuerdos, y tal vez tengo la ilusión de que también a ustedes, de que quizás, Javier y vos se sientan un poco mejor si vuelven acá, y podamos recordar nuestra buena niñez pese a todo.

En el fondo sé que probablemente no vendrás. Leerás esta carta con el corazón en tu mano, pero será el fin de la historia y pasarás la página para seguir con tu vida. Tampoco te culpo, al final no dejo de ser un doloroso recuerdo de cuando los tiempos eran más duros y de todas las formas en que pudimos ser diferentes. Si te digo si algún día se te viene en gana, aunque sea sólo una tarde, no dudaré en gastar los pocos céntimos con que llegó a fin de mes en invitarte a Javier y a vos y a un café. Al fin y al cabo, después de tantos años por fin te atreviste a preguntar por mí, Javier nos visita a los dos cada cuánto. Quizás aún quede algo de hermandad entre nosotros.

Monday, January 8, 2018

Ya no estamos aquí


Camino las mismas calles,
las mismas esquinas donde nos embriagamos
y los rincones donde cogíamos a escondidas,
evitando las luces de los carros
y la lumbre de las aceras.

Todo como si aún estuviéramos acá
y las calles tuvieran el mismo sabor
a asfalto mojado y ganas de huir
que tenían la primera vez
que subimos los seis pisos del edificio
para toparnos una puerta cerrada.

Ahora le pusimos corcho a la botella
y brindamos con fantasmas que jugaban a estudiar
cuando la noche los topaba en una cafetería,
abriendo latas de carcajadas
con lágrimas escondidas en los rostros del vidrio.

Ahora seguimos saludando a desconocidos
y rumiando familiaridades en los rincones
con la lejanía con que empezamos
y el calor de los brindis de carretera
para decir adiós
mientras montamos las ruedas de la valija en la espalda.

Ahora que ya todos partimos
y que la nostalgia maquilla el recuerdo
se siente un denso aire
con tufo a cicatriz resignada
que con ingrata crueldad suspira

que ya no estamos aquí.

2015

Wednesday, April 19, 2017

Quincho y el General

Es difícil concentrarse cuando las palabras se pierden enmarañadas en vericuetos oscurecedores, cuando hay que rebuscar verbos y adjetivos porque la memoria llega cansada al final del camino. Es cierto que parte de mi encierro fue adrede, pero para ser justos, no era mi intención ir perdiendo las facciones de los rostros y las letras de los nombres, es sólo que el tiempo me ha demacrado con la abyecta paciencia del pasar, con la crueldad de ir segundo tras segundo, acumulándose en meses, años y décadas. Una carrera imposible de ganar.

Aun así, de vez en cuando rescato nombres aleatorios, me vienen a la mente sin previo aviso… una Laura… una Luis… una Daniela. Si me concentro, incluso llego a dibujar el borde de una cara, pero me pierdo en el color de los ojos y la forma de la nariz. Termino lamentando el exilio y reprendiendo mis decisiones, por eso dejé de hacerlo, por eso ahora gasto la energía del recuerdo en el día en que todo empezó.

Llegué una noche fría de noviembre con el cansancio de quien está tan lejos que no puede moverse a ningún lugar sin acercarse. Me esperaba la vieja Olivetti del abuelo Joaquín y una historia que me había rogado a mí mismo acabar, usando mi terquedad para engañarme con que esa era el verdadero motivo de mi reclusión. Había pasado mucho tiempo desde el último adiós de despecho y las cosas no estaban particularmente mal en casa –creo que nunca lo han estado- pero ya no podía soportar un segundo más del putrefacto olor acusador de las historias mal contadas que me veía obligado a vender. De cierta manera, tenía fe en que las palabras de quien me había enseñado a escribir podrían inspirarme, podrían sacarme de esta espiral de mediocridad.

La Olivetti era la única herencia que me quedaba del viejo Quincho. Tantas experiencias reducidas a una pinche máquina con el teclado trabado que me negaba a usar sin acompañarla de mi buen ‘‘whisky on the rocks’’.

 ‘‘Había visto como muchas personas, al enfrentarse a su ejecutor, se perdían contemplando el eterno vacío negro en el agujero del cañón, como si algo de esperanza tuviera el revólver, pero el Coronel González, muy a sabiendas que serían sus últimas palabras, lo miró a los ojos y dijo:’’

Justo ahí había quedado la historia. ¡Tremenda tarea la que me dejaba Don Quincho! ¡Gracias!- Decir las palabras finales de un personaje principal justo antes de ser fusilado por la guardia de un dictador malévolo,  culminar esa heroica gesta con un mensaje claro para la posteridad, una maldita frase heroica que asegurara el realista y triste desenlace de quien lucha por lo que cree y muere inmortalizado. La otra opción era sacar el ‘’deus ex machina’’ que lo salvará por unos tres o cuatro capítulos para acabar con algún final feliz. Decidí esa última, quizás no era la mejor, pero no había viajada tantas millas y buscado la reclusión para que una sola línea acabara con todo. Una frase podía ser suficiente para esa historia, pero no era lo que yo necesitaba.

‘‘si has de dispararme, canalla, sólo hay una última cosa que debes saber…
Y dos balas salieron de la nada para perforar el pecho del ejecutor, los refuerzos habían llegador’’.

Las historias de Joaquín Montero Román eran famosas por ese rancio olor a revolucionario de boom tardío. Ese anacronismo que seguía cautivando a quienes muchas generaciones después olvidaron las cicatrices de sus estirpes. Ese no era mi estilo, y no pensaba imitarlo, esta iba a ser mi novela, o al menos mi media novela.

Seguí la historia intentando dejar los fusiles de lado, o al menos las batallas. El Coronel González no era sólo un combatiente feroz, sino también un empedernido alcohólico que malgastaba las precarias finanzas de la guerrilla en escocés de doce años o más. Al mismo tiempo, yo dejaba mis buenos vasos al lado de la Olivetti.

Los días fueron pasando y mis manos se marcaban con las mismas arrugas que las del Coronel. Me sentía en su uniforme al pie de guerra, batallando para trascender contra un régimen arcaico, midiendo las palabras con la esperanza de grabarlas en la memoria colectiva de las futuras generaciones, luchando por mantener las finanzas a flote sin comprometer mi fiel ‘‘on the rocks’’. Incluso cuando me levantaba para despejar mi mente con una caminata de dos cuadras milimétricamente medidas, intentaba sostener el cigarro de mi mano como lo haría El Coronel González.  Desgraciadamente eso no me ayudaba a escribir rápido, a veces pasaba días o semanas enteras con dos o tres líneas que tachaba y retachaba en mi cuaderno antes de poner mis dedos en el teclado para la versión definitiva. Otras veces tardaba paquetes completos de tabacos fumados lentamente para desahogarme en mis pensamientos, casi siempre alrededor de la novela, pero a veces llegaban Daniela o Laura a mi mente, en ese entonces las distinguía.

En las raras ocasiones en que llegaba sobrio al final del día, también me despejaba acostándome desnudo en la cama y con un pequeño radio que solía cargar siempre, escuchaba, usando los audífonos, el primer programa que encontraba que no tratara de música. Esto lo repetía una y otra vez hasta quedarme dormido, sin pensar en la novela, en las historias pasadas, ni en nadie.

Fue por ahí del tercer capítulo que recibí una llamada, era mi hermana. Al principio no reconocí lo que pasaba. Una voz marcadamente femenina me recriminaba una ausencia que no comprendía. Que la gente estaba preocupada, que yo no pensaba en nadie, que era egoísta, que nadie sabía nada de mí, que porque ignoraba las llamadas y los mensajes, que por qué no escribía que por qué, que por qué que por qué… Fue hasta muy entrada la conversación que comprendí que era… ¿Laura?. Las cosas solían tener sentido cuando ella las decía así, recuerdo pensar que tenía razón y sentirme culpable, incluso recriminarme mi egoísmo. La apacigüé diciendo que no volvería a pasar y al día siguiente llamé a mis padres para contarles que todo iba bien. Pronto después de dejar el teléfono me serví otro trago y volví a la Olivietti.

Ese fue un gran día porque concluí dos capítulos seguidos. Fue hermoso, las palabras salían de mis manos por sí solas, como si no las pensara y como si escribir fuera un ejercicio monótono pero agradable, algo que se disfrutaba con la pura inercia del seguir, que no requiriera ningún esfuerzo de pensar. De lo poco que recuerdo, ese pudo ser el día más feliz de mi memoria.

El coronel Gonzalez estaba negociando la entrega de las armas. Los tiempos de las revoluciones se habían acabado hace ya mucho tiempo y décadas de desgaste hacían su lucha una batalla que más se basaba en la sobrevivencia que en los grandes ideales que alguna vez mantuvimos… perdón, mantuvo. Resultaba mejor aceptar las pocas condiciones que aún podría negociar, los tiempos cambian y los sabios saben leerlos.

La buena racha continuó por varios días, quizás fue una semana entera en la que no salí. Fumaba compulsivamente y mis manos abandonaban el teclado sólo para encender un cigarro o sorber y servir del vaso.  Me levantaba sólo para tomar el pan seco y duro de la mesa y ponerlo al lado del computador y comerlo cuando el dolor de estómago me recordaba que tenía hambre. Me sentía como el coronel, miserable, derrotado, en un mundo que hace mucho dejó atrás todo lo que quise cambiar, era hermoso.

La novela empezaba a tomar forma en un sentimiento propio, en algo que yo reconocía como mío. Ya la pluma de mi abuelo se sentía ajena, tan ausente, como rancia y arcaica. Creo haberle escrito a mi hermana un escueto mensaje “Yo estoy bien, la novela avanza” en algún momento, al cual ella respondió que “como siempre”, le gustaría leerla. Yo no entendí, pero continué. Pronto había escrito más de 100 páginas sobre las 100 que me dejó Quincho y comprendía a la perfección la psique del Coronel.

Después del tercer capítulo recibí otra llamada. Ahora no recuerdo el nombre, pero hablaba como si fuera un buen amigo mío, creo que dijo Luis en algún momento. No fue una conversación importante, pero me altero. Me dijo que cuando podíamos salíamos por unas cervezas, yo le dije que ya tenía mi whisky, que no me hacía falta compañía para beber. Noté cierta preocupación y enojo, pero no le di importancia y colgué. Estaba en medio de un punto de giro y el molesto sonido del móvil había cortado mi inspiración.

El bloqueo luego de hablar con este tal Luis fue largo y molesto. Era frustrante volver a pasar días enteros viendo una hoja en blanco. Si pude terminar el punto de giro -la muerte por infarto, del segundo comandante de las fuerzas revolucionarias- pero más allá de eso volví a los días en que me esmeraba más por caminar como el coronel que por meterme en su piel para contar sus proezas y decadencias. El mundo de la guerrilla se convirtió en ajeno, y hasta volví a las páginas de Quincho para comprenderlo bien.

Volví a las caminatas de dos cuadras milimétricamente medidas y a los paquetes enteros de cigarros que prendía consecutivamente utilizando la colilla de uno en el otro. La frustración se fue acumulando y poco a poco me ensimismaba con oraciones que nunca logaba. Perdía la calma y la seguridad y por horas analizaba cada letra de cada palabra que escribía. Semanas sin completar oraciones. Fue de los peores tiempos que recuerdo.

Cuando llegué al punto más bajo, tras casi un mes sin tocar una sola tecla de la Olivietti, borracho y en la cama noté un pequeño retrato del viejo Quincho cuando era joven, lo imaginé en uniforme militar, con ese aplomo que siempre lo caracterizó. En su mirada había más convicción de la que yo jamás he tenido, la observé con detenimiento hasta caer inconsciente sobre la cama.

Al día siguiente me desperté de resaca, pero con la resolución de terminar la maldita novela a como diera lugar. Sin tomarme el tiempo tan siquiera de servirme mi trago matutino empecé a golpear la vieja Olivietti con toda la fuerza y velocidad que podía, y aunque no sentía el atisbo de mediocridad del que vine huyendo, poca importancia le daba. Quería terminar, estaba cansado de sobrellevar el hastío día a día y de recluirme a las miradas acusatorias de esas páginas en blanco. Cuando mi teléfono sonó, alcancé a ver el nombre “Daniela” antes de tirarlo por la ventana con todas mis fuerzas.  No me importaba quien era nadie, no me importaba nada, solo ponerle el punto final a este maldito infierno.

“Solo y resignado, el Coronel González tomó su arma con la misma resignación con que tomó el bolígrafo para firmar la rendición incondicional. Pensó por muchas horas si valdría la pena volarse los sesos, sólo para recordar que dentro de la pistola no había ninguna bala, se sentó y se sirvió otro whisky”.


Estas fueron las palabras con las que culminé el calvario. Ahora recuerdo muy poco de todo lo que pasó antes de la fría noche de noviembre en la que llegué, y en general mi vida se ha vuelto más confusa. Después de todo esto, lo único que tengo claro es no quiero volver a escribir nunca más, desgraciadamente, es lo único que sé hacer.

Wednesday, February 8, 2017

Edificios

Veo edificios
grandes e indomables,
uno tras otro
como si fueran gigantes.

Filas y filas
de sudor e ilusiones,
de lágrimas y risas,
por generaciones,

se apilan y se apilan
sobre mis hombros,
y se apilan y se apilan
sobre escombros.

Escombros de sangre
que no vi derramarse,
y de magnos imperios
que no vi culminarse.

Me quedo en la acera,
tan pequeño y pueril
con la historia en los hombros
que nos toca vivir.

Veo edificios
grandes e indomables,
uno tras otro
como si fueran gigantes.