Anoche soñé que Tiff volvía.
Tiff era un bóxer grande y precioso que solía despertarme en
las mañanas lamiéndome la cara con su enorme lengua, esa que sólo los bóxers tienen.
Su nombre lo sacamos de una vieja caricatura de letras que usaba la profesora
Vicky para enseñarnos a hablar inglés. Llegó pequeño, con costos y podía
caminar, pero cuando se fue era más grande que yo.
Él me acompañó cuando
me pasé de casa y me hice oficialmente ‘‘taneco’’. Estuvo conmigo en los
primeros días en ‘‘la urba’’, siendo quizás mi único amigo, siempre fiel e infranqueable
a mi lado. En las mañanas, cuando ya no podía entrar a la casa, lloraba en la
ventana del cuarto hasta que yo saliera, aunque fuera sólo para saludarlo con
unas palmadas. Fue gracias a él que aprendí a amar a los perros,
un amor que aún hoy persiste y crece.
Hace más de diez años se fue. Solía salir cuando abríamos el
portón y volvía unas cuantas horas después. En ese entonces no había mucha
gente en el barrio, entonces sabíamos que los vecinos lo iban a cuidar, pero
esa tarde no volvió, y aunque lo buscamos por todo lado, nunca apareció.
Anoche una familia lo había encontrado y aunque llevaban
años de cuidarlo, lo iban a devolver. Me miró con los mismos ojos de cachorro con que
lo conocí, movía su rabo y su cabeza de esa forma en que sólo lo hacen los perros que ven a su
amo. Estaba ahí, como siempre, como cuando tenía 5 años y ‘‘jugaba futbol’’
conmigo.
Iba a volver y yo me preguntaba
si a Ramona le caería bien –ambos son
peleones con otros perros- aunque no dudaba que se llevaría con Bemol (a ese carajo lo quiere todo mundo). También me preguntaba si le iba a costar mucho volver a acomodarse a la
casa, una casa tan diferente a la que él dejó. Aún así no me cabía en la cabeza
la posibilidad de que se quedara en ese lugar, donde lo trataba tan bien. Yo
sabía que él quería volver a su hogar
Fue ahí cuando desperté y me dí cuenta que Tiff nació
hace más de veinte años y que muy
probablemente, ya no siga moviendo el rabo
como lo hacía cuando me despertaba lamiéndome la cara en las mañanas de Tibás.
David Ching
2014