Saturday, January 26, 2013

El camino a Tarragona

Tomé un tren de Barcelona a Valencia que se detuvo unos minutos en Tarragona y eso es todo lo que sé del lugar.  Está en el noreste de España, probablemente en Cataluña -tal vez en Aragón- y deben ser muy católicos por ahí. Me gusta el nombre, tiene estilo.

Es bonito pensar que por ahí no hay crisis económica, que los hermanos de los trabajadores de construcción esperan con brazos abiertos a quien pide cincuenta centavos de euro en la calle. Era un señor de barbas blancas que parecía tener muchos años por delante y por detrás. Charlamos con él un poco porque ‘‘aquí no se ve, pero las cosas están jodidas y no sabemos qué puede pasar si nada cambia en las próximas elecciones’’.

Y fijate vos que aunque los universitarios se vayan de fiesta todos los días y lleguen miles de turistas al año, hay otro lado de la historia que nadie ve. Porque ¿qué le importa al estudiante extranjero o al turista de pie si las cosas van bien o mal? Mas bien, si todo sale más barato mejor y aún así no se puede comparar el pasado ajeno. Por eso uno no entiende cuando tiran una bandera de Cataluña encima del cajero automático del banco de Madrid y del otro lado del mundo, el referéndum de independencia sólo importa cuando el Barcelona le mete cuatro al Real. 

Aquí no se ven los letreros de ‘’se vende’’ en los locales vacíos (como en otros lugares de España) ni hay protestantes que se refugian en bares donde los señores mayores con familia en Suramérica los protegen de los macanazos. Claro habrá huelga cada lunes –casi programada ya la cabrona-  pero a más no pasa
.
Aquel señor debía tenía como cuarenta, estaba bien formado, un poco panzón -pochotón, diría mi mama- educado, bien vestido y amable, no parecía el tipo de persona que ocupa pedir medio euro en la calle para conseguir el boleto a Tarragona, pero uno nunca sabe, la cosa esta fea… eso dicen los periódicos.

Cuando tomé el metro de vuelta y llegué al piso, quise tomar la computadora y buscar de Tarragona, quería saber qué tenía de mágico ese lugar que con ansías anhelaba aquel barbudo extendiendo la mano para pedir medio euro. Pero me gusta pensar que su hermano lo recibiría, que ahí iba a conseguir trabajo, que ahí la construcción era un buen negocio, ahí todo iba a estar bien… Y yo sé que si buscaba más me iba a dar cuenta de cómo eran las cosas y me iba a poner triste. Preferí dejarlo así, como un punto misterioso entre Barcelona y Valencia, dejé la computadora quedita y me fui a leer en una esquina.  ¡Qué cabrón que soy!


David Ching
2013

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