Saturday, April 23, 2011

La Escalera

Bajaba las escaleras absorto y ensimismado. Cabeza baja, ojos caídos, pelo corto y lacio, bien parecido pero sin gracia. Un bombillo parpadeante apenas iluminaba el pasadizo de madera. Cigarrillo de tabaco seco entre dedos deshidratados. Mugre en las barandas mojadas y una tenue luz al final. Caminaba un poco encorvado, como llevando la carga de siete caballos. Del otro lado retumbaban luces dispalres y coloridas como si fuera una fiesta de bar jovial.


‘‘Mauricio Esteban Solís Chacón, alias Chacal. Estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado. Lo acusaron falsamente de tráfico de drogas y le samparon ocho años, salió limpio porque el Krishna es grande y lo quiere mucho, hace rato ya, desde entonces se sabe poco de él’’.


‘‘4 de octubre del dos mil seis. Ya soy libre, no tengo ganas de escribir hoy’’.


Era un día soleado y Chacal fue a comprar tabaco del fino para enrolar. Prefería el buen producto de la British antes que la mejor hierba, lo guardaba para festejos. Ocho años desde la última vez. Papa Nico le había enseñado, doce años. El buen abuelo trabajador de la Yunai que se colaba en la casa de los gringos para aprender uno que otro placer vicioso. Sabía distinguir calidad. Eran otros tiempos.


La casa de Papa Nico era grande, dos hijos adoptados, una hectárea completa de patio soleado. De la entrada había un solo pasillo con cuatro puertas, este daba a una sala-comedor que se separaba de la cocina por el desayunador de madera enchapado con cerámica blanca. Las cuatro puertas eran la habitación de los chiquillos, el baño, Papa Nico y el cuarto de tiliches. Chacal todavía recordaba las fotos de Papa Nico con tata güila entre los brazos.


‘‘Y a mi qué con este Mauricio Esteban= Por mi lo pudieron meter veinte años por violación de menores que me importa un comino’’.


Chacal recordó la casa cuando empezó a bajar las escaleras, también el día que salió de la cárcel. Los viejos amigos que lo habían traicionado. Apretó un puño en su bolsillo. Todo estaba planeado, desde un paquete de coca hasta la cerveza que se tomaría esta tarde.


‘‘Lo que pasa don Cornelio es que, no se si lo recuerda, pero el tabo cambia a cualquiera y por ahí hay malas lenguas’’.


Siempre se las ingeniaba para conseguir lo mejor de la British. Antes de ese día jamás había tocado una pistola. Tarde lluviosa, buenos amigos y Chico estaba con la coca en el cráneo. Un tal don Cornelio , una deuda, había suficiente gente en el bar para hacerlo bullicioso y las paredes estaban pintadas de negro, la barra era la mitad del bar y una rocola de fondo tocaba música escandalosa. ‘‘Bonita tarde, aunque lluviosa, pero buena para estar aquí ¿no?’’ ‘‘Si Chacal, ocupo que me hagás un favor…’’


Cuando puso la mano sobre la baranda de la escalera sintió un escalofrío. Tata y Papa Nico se le vinieron ‘‘La venganza nunca es buena’’ al rato tenían razón. El último diario había quedado guardado en el cajón de arriba del mueble del cuarto de Papa Nico. La oscuridad se le metía en la espina. Era necesario abstraerse de todo sentimiento, entrar de manera mecánica, levantar el brazo y hacerlo sin más ni más, ya lo había pensado y practicado mil veces en su mente. Había algo claro, si cabía duda, todo se iba al demonio.


‘’24 de abril del dos mil dos. Me contaron que Chico murió ayer, lo emboscaron. Allá pagará sus platos rotos, Don Cornelio sigue ahí. La última vez que fui a la casa de Papa Nico la Smith and Wesson seguía en el cuarto d tiliches. Creo que nadie ha vuelto a entrar, espero que tengan un buen paquete de tabaco por ahí.


Solo era llevarle unos libros al tal Cornelio porque Chico iba a dar unas vueltas., además no quería manejar en ese estado. Ya antes se lo había pedido, no era algo nuevo. Lo siguiente que supo era que estaba en un juicio acusado de quien sabe qué.


Frente a la puerta, identificaba la habitación tanto cómo la casa de papa Nico. Abriría la puerta y la música se detendría, una luz penetrante y blanca descubriría los libreros y el escritorio. Don Cornelio estaría sentado y su asistente de pie, probablemente hablándole de Chacal. Que había salido hace poco ‘‘calmado, pero a esos hay que ponerles el ojo, sabe quien es usted y en la tarde Fran quedó de invitarlo a una cerveza con arsénico’’. Chacal sabía que en la noche se acababa todo. Entraría sin hablar ni preguntar, Sacaría los dos paquetes que tomó de la casa de Nico (cada uno en su bolsillo) tiraría dos disparos, el tabaco era para después, en la noche a tomarse la condenada bien rápido y cerrar los ojos de una vez por todas.


Chacal abrió la puerta y levantó su brazo derecho y apuntó el revólver a don Cornelio. Levantó la mirad ay lo vió a los ojos. En ese momento se dio cuenta de que nunca iba a poder jalar el gatillo.


David Ching

2011

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