Friday, November 28, 2008

Chiquitín, el grande

Son pocas las vidas tan llenas de aventuras pintorescas como la de Joaquín Yong, Chiquitín. Su apariencia tampoco deja menos de qué hablar, con su perfecta postura de viga de hierro, sus ojos rasgados como si fueran dos hendijas, su ridículamente baja estatura (dando honor a su apodo), un par de cabellos blancos que apenas logran salvarlo de la calvicie y sus más de noventa años, Chiquitín se jacta de tantos logros como platos de arroz servidos en su restaurante.

Entre las leyendas que le atribuye la gente están el haber inventado un nuevo plato de arroz que se popularizó por todo el país, haber violado el toque de queda de una cruenta guerra civil china, tener el primer restaurante con aire acondicionado en la provincia de costera más larga del país, haber mandado a traer a una desconocida del lejano oriente para casarse con ella y tener la mejor receta de sopa de buche del mundo.

Cuando me lo topé en la asociación hace un par de días, ya senil y con su sonrisa de ojos felices (que nunca abandona su cara), recordé todo lo que se contaba sobre él y no pude evitar sentirme en deuda con este personaje que pocas veces veía y con el que casi nunca hablaba.

No sé cuantas, ni cuales de todas las historias que rodean la figura de Chiquitín sean cien porciento ciertas, sin embargo, puedo poner mi firma en una declaración jurada sobre al menos dos: aquella de la receta de la sopa de buche, porqué la he probado, y la violación al toque de queda ,porqué si no fuese cierta, yo no estaría aquí.

Fue unas décadas antes de mi nacimiento, tras casi diez lustros de intensos conflictos bélicos (civiles y mundiales) y siglos de hambrunas mis abuelos parieron a un niño enfermizo y escuálido. Mi padre.

Chiquitín era primo de don Rafael (mi abuelo) por lo que vivía en uno de los aposentos del hogar de la familia Yong, lugar donde nació mi padre. Don Joaquín siempre le guardó un apreció especial a ese niño flaco, incluso muchos años después cuando nos lo encontramos en la asociación (hace unos días) no oculto su estima por mi padre.

El recién nacido tenía ojos de enfermo y era más pálido de lo normal, no pasó mucho tiempo para que su salud flanqueara, presuntamente pulmonía. Akión no dejaba de llorar y toser, la situación se fue exacerbando poco a poco y una noche alcanzó condiciones críticas. La luna vio a doña Rosita (mi abuela) y a don Rafael desvelarse incontables veces, guardando cuidado de su hijo. ‘‘La guerra no perdona ni a nuestro hijo’’ se decía la pareja mordiéndose los labios sin tener idea de lo equivocados que estaban.

Cada vez que el bebe lloraba y tosía se veían con la angustia que sólo los padres pueden entender y de vez en cuando soltaban un suspiro en forma de gemido. Chiquitín también estaba desde una esquina temblando de preocupación.

El hospital quedaba cerca de un kilometro pero en tiempos de guerra es difícil conseguir atención si la situación no es crítica, y en realidad el niño no estaba lo suficientemente mal para que los doctores se preocuparan por él. Fácilmente podían creer que se trataba de otra paranoia maniática de alguna madre enloquecida por el constante sonido de tiroteos. Sin embargo, cuando llegó la noche terrible en que Joaquín se hizo grande, poco faltó para enterrar a Akión.

En esa noche, el recién nacido estaba peor que nunca, sus pulmones no dejaban de obligarlo a llorar ni de votar flema. Desde los tejados se escuchaban las balas de los enfrentamientos urbanos y los ejecutados del toque de queda, los fusiles parecían estar marcando el tempo de una marcha fúnebre. Después de un rato su tos y llanto fueron menguando con su respiración. Cuando el bebe pareció dejar de inhalar y exhalar del todo, el mundo se detuvo… lo dieron por muerto.

Rosita lloró, también Rafael, ¿Qué se podía hacer?, salir al hospital era suicidio.

En medio de este drama Chiquitín se levantó y dijo: ‘‘¡Este niño no muere!’’. Con la agilidad de un gato envolvió al infante entre sabanas y (a como pudo) lo alzó sosteniendo su cabeza. Corrió desde la casa, sin temor al toque de queda ni al casi kilometro de tiroteos. Siempre con el inminente riesgo de ser encontrado y masacrado sin preguntas. El sistema del toque de queda era claro: disparo primero, pregunto después.

Algunos dicen que los soldados casi lo atrapan, otros aseguran que las balas fallaron por milímetros su objetivo, los más pícaros ríen bromeando que las armas no alcanzaron un blanco tan pequeño y que todos los proyectiles sobrevolaron encima de Chiquitín. Lo cierto es que probablemente ni el mismo don Joaquín entienda qué pasó esa noche, pero los dos valientes que cruzaron ese kilometro llegaron vivos al hospital.

Después de haber visto nacer el sol y todavía asustado, Chiquitín volvió a su casa para avisarle a su primo y a Rosita que Akión viviría.

Hace un par de días mi familia y yo fuimos a almorzar a la asociación, y nos encontramos a este pintoresco personaje. Lo saludamos como siempre, y él, con su sonrisa permanente, nos responde con su lucidez flanqueada en idiomas que yo no entiendo, que solo mi padre comprende, pero no hace falta traducción. Todos entendemos lo que dice.

David Ching
2008

3 comments:

Anonymous said...

Sólido!!

Jose said...

yo me sabia parte de esta historia ya pero q rico es leer una historia de una persona q conosco (bueno a uno d los personajes) exito chino

Diego said...

Mae Ching está bueno.

Me gustan los personajes, me gusta chiquitín. La trama corre rápido, aunq podría ser aun más fluida.

Esta vacilón este proyecto. Felicidades