‘‘A ti que no te debo más que el empujón que anoche me
llevó a escribir esta canción’’ J. Sabina
Son de las cosas
que ya no entiendo de vos,
solías tomar
ajenjo con tanto desdén,
como si el mundo
ya no te importara,
como si un par
de desamores se hubieran quedado en el olvido y los bares belgas tuvieran todas
las soluciones del planeta.
Después podías
perderte en las callejuelas con una vela
encendida
y esperar a que
lloviera para bailar una salsa seca y
fuera de ritmo
antes de
encerrarte en tu cuarto a llorar amargamente hasta que el corazón se saliera de
tu pecho.
Eras una figura
risueña
corriendo detrás
de los papalotes, queriendo atrapar sus sombras
para guardarlas
en un frasquito y verlas todas las noches.
Yo me quedaba en
una esquina, riendo tímidamente con complicidad paternal.
En ese entonces
te comprendía
y corría con vos
bajo la lluvia, burlando la aberrante alegría de éxitos efímero,
de mentiras que
creía como dulces baratos de piñata de fiesta.
También coreaba
los valentines y cumpleaños detrás de las faldas de sombras perdidas
y predicaba en
las esquinas vacías de los cuadernos amarillentos.
En ese entonces solía
reiterar los porqués y replantearme preguntas absurdas al despertar de la mañana.
Preguntas que
saben a cigarrillos mordisqueados con mala música
fumados en el
frío para calmar las ansias
Después te
perdiste,
abandonaste las
ideas vacías que defendías a capa y espada
y mataste todo
lo que sostenía tu alma,
las estrellas
que brillaban en lo más oscuro de las penumbras.
Ahora abandonas
las plumas, secas, lejos de los tinteros,
lejos de versos
románticos recitados
y de clichés que amabas cuando te golpeaba la sed,
y quedabas pidiendo agua en
un desierto de vaivenes absurdos y grotescos
que aterran las
noches con gestos obscenos y asquerosos.
Te odio con la
fuerza de quien odia la resaca mañanera,
el tímido azul de las sábanas solas o el
insignificante ‘’buenos días’’ de la madre resignada.
Te odio porque
sos lo que pude ser y no fue,
lo que se grita
en el vacío oscuro de una noche de insomnio.
Te odio porque
no has sufrido lo suficiente y crees que lo has hecho.
Te odio porque
crees que todo va a estar bien y que habrá un desenlace feliz
y que el Edén
existe, la vida será alegre y bailaremos juntos en jardines de rosas invisibles,
bastaría darse
la vuelta en la esquina para toparse los árboles caídos,
las hojas
muertas y podridas hundidas en charcos espantosos
y las mentiras
que se repiten constantemente para satisfacer los placeres banales e
inmediatos.
Pero no podés
ver más allá de tu nariz y seguís enamorándote de las novelas que te hacen
llorar
y de las
ilusiones mal dibujadas con destinos rebuscados.
Al fin y al cabo
nos dejaste abandonados, tristes y solos
como los viejos que
juegan al póker por placer, sin darle valor a las fichas
y que fueron
abatidos por las olas del mar
por los intentos
fallidos de irse a doble o nada
y las miserables
tertulias de amigos acomodados en desesperanzas sin sentido.
Ahora me quedo
con lo que soy
y por eso te
odio, por vos.
Detesto que
juegues a los dados en mi vida,
que te sigas
comiendo los señuelos luminosos,
y que te sigas
engañando con papeles de cromo
pero detesto más
aún no poder negarte… y seguir esperando que tengas razón.
David Ching
2013