Es bonito pensar que por ahí no
hay crisis económica, que los hermanos de los trabajadores de construcción
esperan con brazos abiertos a quien pide cincuenta centavos de euro en la
calle. Era un señor de barbas blancas que parecía tener muchos años por delante
y por detrás. Charlamos con él un poco porque ‘‘aquí no se ve, pero las cosas
están jodidas y no sabemos qué puede pasar si nada cambia en las próximas
elecciones’’.
Y fijate vos que aunque los
universitarios se vayan de fiesta todos los días y lleguen miles de turistas al
año, hay otro lado de la historia que nadie ve. Porque ¿qué le importa al
estudiante extranjero o al turista de pie si las cosas van bien o mal? Mas bien,
si todo sale más barato mejor y aún así no se puede comparar el pasado ajeno. Por
eso uno no entiende cuando tiran una bandera de Cataluña encima del cajero automático
del banco de Madrid y del otro lado del mundo, el referéndum de independencia
sólo importa cuando el Barcelona le mete cuatro al Real.
Aquí no se ven los letreros de ‘’se
vende’’ en los locales vacíos (como en otros lugares de España) ni hay
protestantes que se refugian en bares donde los señores mayores con familia en
Suramérica los protegen de los macanazos. Claro habrá huelga cada lunes –casi programada
ya la cabrona- pero a más no pasa
.
Aquel señor debía tenía como
cuarenta, estaba bien formado, un poco panzón -pochotón, diría mi mama- educado, bien vestido
y amable, no parecía el tipo de persona que ocupa pedir medio euro en la calle
para conseguir el boleto a Tarragona, pero uno nunca sabe, la cosa esta fea…
eso dicen los periódicos.
Cuando tomé el metro de vuelta y
llegué al piso, quise tomar la computadora y buscar de Tarragona, quería saber
qué tenía de mágico ese lugar que con ansías anhelaba aquel
barbudo extendiendo la mano para pedir medio euro. Pero me gusta pensar que su
hermano lo recibiría, que ahí iba a conseguir trabajo, que ahí la construcción era un
buen negocio, ahí todo iba a estar bien… Y yo sé que si buscaba más me iba a
dar cuenta de cómo eran las cosas y me iba a poner triste. Preferí dejarlo así,
como un punto misterioso entre Barcelona y Valencia, dejé la computadora
quedita y me fui a leer en una esquina. ¡Qué cabrón que soy!
David Ching
2013