Thursday, October 7, 2010

Bajar la Colina en Bicicleta

No fueron mentiras cuando las dije pero ¿qué diferencia hace? Lo peor ha pasado y nunca quise herir a nadie, lo hecho hecho está y las cosas no salen como uno quiere. No me interurumpás por favor, esta vez no, vos sabés lo que me cuesta. Solo quiero dejar las cosas claras. Antes que nada, no eres la santa de esta historia ni yo el demonio, creo que ya lo sabías pero igual te lo digo. Siempre tuve las mejores intenciones.

A veces me gusta imaginar que nunca reté a Carlos a la mejenga de tragos y que no me tiré por la colina en bicicleta. ¿Cómo hubiera sido todo? Aunque siendo honesto lo volvería a hacer, es algo de luchar en nuestras trincheras porque a veces nos toca hacerlo, aún sabiendo que no podemos ganar y que a mí siempre me toca pagar los platos rotos.

Si tengo que definir un punto de partida sería el bar de mala muerte de la esquina porque Carlos me invitaba a cervezas de bar tender noctámbulo. De ahí recuerdo el olor a cigarrillo que fumabas la noche que nos reencontramos después de tantos años. Siempre fumaste los mismos y yo te los quitaba y te decía que dejaras esa vida. Nunca me hiciste caso, creo que todavía no lo haces.

Carlos no era malo, aunque me digás que es un saco de vicios y que no lo querés volver a ver en lo que te queda de vida (que parece que así será) yo todavía lo defiendo, después de todo por él te reencontré y no te imaginás cuanto ocupaba de vuelta a mi hermanita porque nunca te lo confesé pero caíste como anillo al dedo.

Solo tenía las noches los fines de semana cuando podía olvidar que estaba hasta el cuello y que ya no quería seguir. Y ni siquiera eran todos, en realidad muy pocos ratos libres me quedaban, pero cuando volviste fue como un balde de agua fría. Empezaba a tener sentido el grafiti de la parada y las cervezas sabían mejor.

Me vi en el espejo del bar, no te imaginás lo que costó reconocerme. Detrás no estaba el que te aconsejaba todas las noches mientras mama y papa dormían. Tu cigarro no se quería apagar y las mentiras no se soltaban tan fácil porque yo quería volver a ese espejo. El grafiti era solo un corazón mal pintado con una carita feliz a la par, pero habías dicho que era lindo y reímos montones. Carlos también te invitaba a vos a tragos delicados que solo ustedes conocían, bien que coqueteabas cuando estabas aburrida para sacarme canas verdes.

‘‘¿El lo hizo? ¿En serio? ¡No puede ser!’’, era el revoltoso del grupo y desde entonces quedó cómo el grafiti de Miguel. Esa noche me invitaste a cerveza.

Todo estaba saliendo de maravilla, como siempre pasaba con vos y dejaba de lado el agua hasta el cuello no podía quejarme. Estaba feliz en mi burbujita. ‘‘Y Miguel contáme ¿Por qué hiciste el grafiti?, ese que tanto le gusta a Magda. ’’ ‘‘Dejá de joder Quique, te he dicho mil veces que esos son cuentos de Carlos’’. ‘‘Bueno, pero solo si pagás esta ronda te dejo de molestar’’ Y nada de tener que sacar los ochenta proyectos. En la noche me quedaría hablando con vos.

Fue una llamada de Carlos que quien sabe cómo carajos fue a dar con vos, pero llegó todo alegre una mañana ‘‘¡Magda terminó!’’ ‘‘Si Carlos, yo sé, ¿por qué crees que me doy mis lujitos en tu bar ahora? ‘‘No, carambas, que viene de vuelta’’. Era algo grande porque vino a mi casa y esa noche comí, arroz con pejibaye.

‘‘Acordáte del grafiti de Miguel’’ De camino en el carro, vos ya sabías que te esperaba la vieja receta de la abuela, esa vez cargué el arroz con el doble de salsa de pejibaye, como a vos te gusta. Y no me podés negar que cuando estuviste acá no te chinee, porque cual capricho tuvieras dejaba el trabajo para irte a consentir. Y ahí fue cuando dejé de lado todo, al fin y al cabo vos ya estabas trabajando y no ocupabas que mis ojeras fueran tuyas.

Aquella vez del espejo me notaste algo raro, yo sé, porque no fue como las demás salidas. Creo que vos tampoco me reconociste y se te notó, aunque ya empezabas en tus andadurías con Miguel y estabas en otras, pero me hiciste una mirada extraña, no podés decir que no y es que hace tanto no miraba mi reflejo. Pero ya no importaba, al fin y al cabo ¿para qué ser el tercer asistente de oficina de algún soplas que nada que ver? Ya no me ocupabas y creo que en el fondo siempre lo supe. Así que me fui a traguear con Carlos, el me conocía hasta los huesos.

Entonces fue cuando te dije (y no fue solo la cerveza) que te quería con el alma, que nunca dejarás de ser mi hermanita porque desde que papa y mamá se fueron no había nadie más. Y reafirmé aquella promesa que te hice tantos años atrás (cuando le tenías miedo al coco) y lo dije en serio, no fueron mentiras cuando las dije, yo nunca te iba a abandonar y siempre iba a estar ahí para vos.

La semana siguiente llegó otra vez Carlos, vos estabas recogiendo flores del jardín para decorar tu nueva oficina y yo terminando unas tablas que me tenían harto, pero o salían antes del jueves o salían antes del jueves, y Carlos entró con toda propiedad para anunciar que haría una fiesta en el bar la próxima semana. Nunca entendiste que esto iba a ser grande pero yo si porque Carlos solo deja el bar cuando algo amerita arroz con pejibaye o algún otro de los inventos que hicimos cuando jugábamos de chefs. Además Carlos sabía que yo ocupaba caer en cuenta otra vez y volver a antes de que te fueras, hasta vos notaste que no era el mismo.

Carlos también quería que te vieras con Miguel (el todavía te aprecia) pero estaba pensando en mí y por eso yo sabía que iba a haber mejenga de tragos. Y en efecto nos recibió con uno fuerte, a vos te pego pero yo estaba preparado y saque pecho. De una vez a bailar y cuando te cansaste creo que bailé al menos con seis chavalas (incluso una con la que había desahogado soledades) pero eso no acaba ahí porque aún falta el billar y los dardos. Después fue que reté a la mejenga (cuando soltaste a Miguel) porque era tradición. Y tres vasos, tres sillas y dos botellas para darle como se debe.

Justo después de la fiesta fue que decidimos bajar la colina para recordar viejos tiempos. Las bicicletas estaban oxidadas pero había que hacerlo. Por eso te digo que aunque creas que la idea fue de Carlos, en realidad todos la pensamos. Teníamos que recordar esas rebuscadas memorias de bares olvidados sin bar tender fijo. Antes de que le vendiera mi alma al diablo seducido por los trajes enteros y las salas de café. El doble del estrés y la mitad de la paga, no tenía de otra. Ocupaba recordar.
Carlos nada más se puso a recibir la bala. Se levantó pampante, seguro de que los tres nos mandábamos. Te apuesto lo que sea que se moría del miedo porque sabía lo que venía pero yo tenía que hacerlo y Carlos era un excelente actor. Entonces ‘‘por los viejos tiempos, antes de que Quique tuviera que agarrar el trabajo ese’’.

¿Qué otra tenía? Porque de los dos vos eras la que tenía que salir adelante. Decime por favor que me entendés. Si sos asistente tercero dejándolo todo porque no das la talla y aunque te fascine y estés gozando montones te tenés que ir ¿Cómo no querer devolver el reloj? Y no es un reclamo, pero vos estabas ahí y tenías que ser profesional, te tocaba, a mi no, era la única opción y entonces te fuiste y no me quedó de otra. Por esto tenía que bajar la colina en bicicleta…

Yo no sabía que jugaba con fuego y el recuerdo fue más de lo que pensé. El viento en la cara y los pedales libres, las risas de jugar bola, salir corriendo de las aulas a los bares y nos teníamos que quitar el uniforme si íbamos donde el negro (nada de tragos a chiquillos). Bajar la colina en bicicleta era más que solo eso, era abrir una caja de pandora y desatar unos perros que no sabíamos si eran mansos y al final no lo fueron y se vino un torbellino entre informes y memorias desenterradas con tu cara en el ojo del huracán porque yo sabía que lo hice por vos pero no pude más. El viento, el trabajo, dejarlo todo, la mejenga de tragos, el agua hasta el cuello, no había tiempo, el grafiti de Miguel, los bares y vos volviste… era demasiado.

Entonces me encerré la mañana siguiente. Vos creías que yo terminaba los informes y yo también lo creía, pero en realidad me metí en vericuetos de los que no podía salir y en algún momento de toda esa semana que estuve encerrado me perdí. Y no se supone que yo me tenía que morir, y por eso si te pido perdón. Te repito, no fueron mentiras cuando las dije, nunca creí tener que pedirte perdón por romper esa promesa. ¿Cómo iba a saber que esto iba a pasar? Y si sirve de algo… aún estoy acá para vos en lo que pueda. Sé que no es lo mismo pero déjame lavarme la conciencia y sentir que nunca te voy a abandonar. Yo sé que me pasee en la fiesta, y por eso te pido perdón.

¿Y ahora?... no sé, supongo que te quedarás siguiendo tu vida. De los dos vos eras la que tenía que salir adelante, yo hice todo lo que pude, pero de verdad fue demasiado. Y creo que ya dije lo que tenía que decir y te deseo suerte, ahora no puedo acompañarte. Sé que querías que fuera el padrino de tu hijo, ya me imagino cómo me lo ibas a decir, toda preocupada, y me duele como los diantres que no te pudieras desahogar conmigo, pero tranquila, Miguel es un buen muchacho que aunque no lo sabe, (quiero que lo sepas) cuando hablamos aquella noche, me comentó que había encontrado un hermoso par de anillos.


David Ching
2010

1 comment:

Ana I. said...

Lo leí :D

La última oración medio me la cagó tan larga. Pero lo siento muchísimo más suelto fue rico leerlo.