Sunday, November 30, 2008

Noviembre de Rocko

1


Con las calles mojadas y el rocío en el zacate había empezado a entrar un tardío noviembre. El frío de la mañana se metía por detrás de sus orejas como intentando seducirlo o invitarlo a pasar, pero Rocko lo ignoraba, solo mantenía su mirada ausente.

Extrañaba un poco las brisas que meneaban sus cabellos y los corazones rotos que siempre venían a caer en el penúltimo mes del año. Rocko había vivido noviembres épicos que se echaban de menos. Elvira estaba bailando en los rosales del jardín de al lado y él la miraba con el rabillo del ojo intentando pasar desapercibido. En la otra esquina una joven saltaba la suiza, trece años y risueña.

Rocko subía a la plaza para ver algunos niños corriendo y balanceándose en los árboles. Tal vez Elvira llegaría a acompañarlo, sonreír, recordar. El carro que le había vendido a Lucas se detuvo a su lado.

‘‘No hoy o no, muchas gracias y me saluda a su señora don Lucas’’.

La joven de la esquina había dejado la cuerda, estaba en la plaza y se balanceaba sobre los árboles con unos muchachos guapos. Cuando la vio, unas extrañas cosquillas subieron por la columna de Rocko y se desempolvaron celos en su corazón.

‘‘Después de todo, si extraño noviembre’’ Y entendió que la ira con la que le había achacado a diciembre robarse los primeros días del mes, nació porque no quería creer que noviembre había muerto como mueren los artistas de anteojos en los aviones de febrero.

Respiró profundo, volvió a ver a aquella joven del árbol, dejo salir un suspiro y se fue a la esquina a tomarse un café con los señores que habían visto muchos noviembres más. Iba de camino cuando se la topó de frente a frente… ahí estaba Elvira, igual que hace veinte años y por primera vez de frente a frente…

‘‘Disculpe señora’’

‘‘Disculpe Usted’’

Y siguió hasta el final de la plaza.

2


Un par de horas después Rocko todavía podía ver con la luz de la tarde menguada a la joven risueña. Estaba otra vez jugando a la suiza y tenía el número de teléfono de algún muchacho guapo en su bolsillo. Rocko se tomaba su café con la expresión con que divagan los escritores taciturnos antes de empezar una novela. Alguien se había sentado a la par de él.

-Hoy te vi de frente a frente, como hace veinte años.

-Ya son trece noviembres y ¿Quién dijo que el trece es de mala suerte?

-Te digo que a los trece años se ha puesto muy rebelde

-Vos te ponías rebelde todos los noviembres

-Si de alguien salió rebelde fue de vos

-De los dos

-Tal vez tengas razón. Rocko, yo no entiendo porqué te gustan los noviembres pero bueno, yo no te entiendo por algo me fui. A veces eres medio masoquista.

-Qué importa ya, déjame disfrutar el café con lo poco que queda de noviembre
Elvira se levantó con cara de decir ‘‘lo siento’’ y se fue. Rocko no la vio, sino miró sus manos. Unas manos curtidas por el sol. Rocko se sorprendió, ya estaban arrugadas.

David Ching

Friday, November 28, 2008

El mejor periodista

Juan Augusto era el mejor periodista que había tenido ‘‘El Periódico’’. Siempre estaba al tanto de los reportajes más interesantes y los cubría con su bien conocido manejo de tensión. Nadie entendía como lograba estar antes que cualquier otra persona en el lugar de los hechos y lograba terminar sus notas precisas sin fallas y en menos de cinco minutos.

Para peores, sus notas eran verdaderas joyas literarias, planeadas fríamente con días de anticipación y plagadas de una prosa intensa y precisa.

Ahora… el lector se preguntará con qué tiempo planificaba Juan Augusto sus noticias si las presentaba cinco minutos después del acontecer.- Para comprenderlo tendremos que adentrarnos en la morbosa mente de nuestro personaje, porque Juan Augusto, era en realidad un sociópata, egoísta con la sensibilidad de un monstruo.

Cuando cubrió (con su perfecta redacción) una descripción exacta de la bomba y el terrorista en la embajada de los Estados Unidos, ‘‘El Periódico’’ logró una nota digna de premio internacionales, el reportaje del psicópata que violó, torturó y mató a cinco vírgenes tampoco se quedaba atrás. Juan Augusto también logro detallar antes que la policía el acontecimiento de los cinco hombres asesinados azarosamente por un francotirador.

Todo esto porqué el psicópata, el francotirador y el terrorista eran uno solo, Juan Augusto. Cómo ya habrá descubierto el lector a nuestro periodista le gustaba saborear sangre. Si bien es cierto que buscaba notas, eso no excluye que Juan Augusto disfrutaba del morbo. Le provocaba un placer inexplicable la violencia de dar miedo, la sangre de las víctimas.

Era por esto mismo que cubría los sucesos. Con su capacidad de manipular y su genialidad innata hubiera sido fácil para él crear una crisis política o hacer caer la economía, pero su placer estaba en matar. En desgarrar sueños y almas, descuartizar y torturar, sentir gritos silenciados con miedo y tal vez un pedazo de tela.

Una vez alguien se atrevió a apuntar sus dedos hacia este ser asqueroso. Se trataba de un viejo abogado del pueblo que descubrió algunas coincidencias en las notas de Juan Augusto. El día en que el licenciado se preparaba para dar declaraciones a sobre algunos casos no resueltos, el título de la portada de ‘‘El Periódico’’ decía: ‘‘Notario se ahorca tras quemar su casa’’.

David Ching
2008

Este lo escribí hace rato pero hasta ahora me atrevo a publicarlo

Chiquitín, el grande

Son pocas las vidas tan llenas de aventuras pintorescas como la de Joaquín Yong, Chiquitín. Su apariencia tampoco deja menos de qué hablar, con su perfecta postura de viga de hierro, sus ojos rasgados como si fueran dos hendijas, su ridículamente baja estatura (dando honor a su apodo), un par de cabellos blancos que apenas logran salvarlo de la calvicie y sus más de noventa años, Chiquitín se jacta de tantos logros como platos de arroz servidos en su restaurante.

Entre las leyendas que le atribuye la gente están el haber inventado un nuevo plato de arroz que se popularizó por todo el país, haber violado el toque de queda de una cruenta guerra civil china, tener el primer restaurante con aire acondicionado en la provincia de costera más larga del país, haber mandado a traer a una desconocida del lejano oriente para casarse con ella y tener la mejor receta de sopa de buche del mundo.

Cuando me lo topé en la asociación hace un par de días, ya senil y con su sonrisa de ojos felices (que nunca abandona su cara), recordé todo lo que se contaba sobre él y no pude evitar sentirme en deuda con este personaje que pocas veces veía y con el que casi nunca hablaba.

No sé cuantas, ni cuales de todas las historias que rodean la figura de Chiquitín sean cien porciento ciertas, sin embargo, puedo poner mi firma en una declaración jurada sobre al menos dos: aquella de la receta de la sopa de buche, porqué la he probado, y la violación al toque de queda ,porqué si no fuese cierta, yo no estaría aquí.

Fue unas décadas antes de mi nacimiento, tras casi diez lustros de intensos conflictos bélicos (civiles y mundiales) y siglos de hambrunas mis abuelos parieron a un niño enfermizo y escuálido. Mi padre.

Chiquitín era primo de don Rafael (mi abuelo) por lo que vivía en uno de los aposentos del hogar de la familia Yong, lugar donde nació mi padre. Don Joaquín siempre le guardó un apreció especial a ese niño flaco, incluso muchos años después cuando nos lo encontramos en la asociación (hace unos días) no oculto su estima por mi padre.

El recién nacido tenía ojos de enfermo y era más pálido de lo normal, no pasó mucho tiempo para que su salud flanqueara, presuntamente pulmonía. Akión no dejaba de llorar y toser, la situación se fue exacerbando poco a poco y una noche alcanzó condiciones críticas. La luna vio a doña Rosita (mi abuela) y a don Rafael desvelarse incontables veces, guardando cuidado de su hijo. ‘‘La guerra no perdona ni a nuestro hijo’’ se decía la pareja mordiéndose los labios sin tener idea de lo equivocados que estaban.

Cada vez que el bebe lloraba y tosía se veían con la angustia que sólo los padres pueden entender y de vez en cuando soltaban un suspiro en forma de gemido. Chiquitín también estaba desde una esquina temblando de preocupación.

El hospital quedaba cerca de un kilometro pero en tiempos de guerra es difícil conseguir atención si la situación no es crítica, y en realidad el niño no estaba lo suficientemente mal para que los doctores se preocuparan por él. Fácilmente podían creer que se trataba de otra paranoia maniática de alguna madre enloquecida por el constante sonido de tiroteos. Sin embargo, cuando llegó la noche terrible en que Joaquín se hizo grande, poco faltó para enterrar a Akión.

En esa noche, el recién nacido estaba peor que nunca, sus pulmones no dejaban de obligarlo a llorar ni de votar flema. Desde los tejados se escuchaban las balas de los enfrentamientos urbanos y los ejecutados del toque de queda, los fusiles parecían estar marcando el tempo de una marcha fúnebre. Después de un rato su tos y llanto fueron menguando con su respiración. Cuando el bebe pareció dejar de inhalar y exhalar del todo, el mundo se detuvo… lo dieron por muerto.

Rosita lloró, también Rafael, ¿Qué se podía hacer?, salir al hospital era suicidio.

En medio de este drama Chiquitín se levantó y dijo: ‘‘¡Este niño no muere!’’. Con la agilidad de un gato envolvió al infante entre sabanas y (a como pudo) lo alzó sosteniendo su cabeza. Corrió desde la casa, sin temor al toque de queda ni al casi kilometro de tiroteos. Siempre con el inminente riesgo de ser encontrado y masacrado sin preguntas. El sistema del toque de queda era claro: disparo primero, pregunto después.

Algunos dicen que los soldados casi lo atrapan, otros aseguran que las balas fallaron por milímetros su objetivo, los más pícaros ríen bromeando que las armas no alcanzaron un blanco tan pequeño y que todos los proyectiles sobrevolaron encima de Chiquitín. Lo cierto es que probablemente ni el mismo don Joaquín entienda qué pasó esa noche, pero los dos valientes que cruzaron ese kilometro llegaron vivos al hospital.

Después de haber visto nacer el sol y todavía asustado, Chiquitín volvió a su casa para avisarle a su primo y a Rosita que Akión viviría.

Hace un par de días mi familia y yo fuimos a almorzar a la asociación, y nos encontramos a este pintoresco personaje. Lo saludamos como siempre, y él, con su sonrisa permanente, nos responde con su lucidez flanqueada en idiomas que yo no entiendo, que solo mi padre comprende, pero no hace falta traducción. Todos entendemos lo que dice.

David Ching
2008

Friday, November 14, 2008

Por Partida Doble

''Yo creo que desde muy pequeño mi desdicha y mi dicha al mismo tiempo fue el no
aceptar las cosas como dadas'' Julio Cortázar.




Uno está en la esquina, Otro en la puerta, bajando las gradas lentamente y ambos viendo las ideas del Quid Pro Quo y sus repercusiones.

Uno cree en todo esto de que las paredes se cierran y el lado oscuro de la luna cada vez está más cerca, el tiempo pasa y se nos mete en los respiros. Ahí en la vuelta del semáforo donde está el segundo perdido que no vamos a recuperar y que nos va encerrando en esta espiral condenándonos a un futuro inmisericorde. Porque la muerte está cada vez más cerca y ¿por qué motivos he yo de fallar la gramática que en el examen de la próxima semana hará que repruebe rotundamente? Al fin y al cabo todo es absurdo y este maldito examen solo es una de las miles de excusas para apartarnos de ver que nada tiene sentido y que nuestro semáforo solo representa el encasillamiento de nosotros mismos que nos condena a cada paso que damos. La vida misma que nos asfixia con sus minutos, atormentándonos perpetuamente en nuestros pensamientos.

Otro está ahí, Pensando que el tiempo pasa y que cada respiro está lleno de vida. Esa vitalidad misma que nos mantiene al tanto de las sutilezas más comunes y simples. Saboreando cada segundo de la existencia con lo sublime de poder tomar un café (o un chocolate) y las papilas gustativas mientras vemos al sol menear con el viento las hojas de los árboles. Piensa que todo es un manantial de agua. Incluso en lo más morboso del ser humano (morboso ya por naturaleza) hay vida una inocencia perenne, incluso lo más horrible guarda lo sublime y hermoso de atarse a la realidad, esa misma que hace que en nuestros sufrimientos estemos vivos… ¡Sí! ¡Vivos! ¿Qué más? Porque qué importa todo, si al fin y al cabo somos capaces de llorar de alegría y correr bajo la lluvia.

Uno y Otro se topan cuando Uno camina por la acera y Otro baja por el edificio. Se ven a los ojos y se sonríen porque los dos saben que piensan igual.

David Ching
2008

Tuesday, November 11, 2008

Un pato en económicas


La facultad de ciencias económicas no es lugar para un pato pero me flanquea la imaginación y solo puedo acordarme aquel pato verde que jugueteaba ayer en el planché.

Inquieto, tal vez… desubicado ¿Quién sabe?.... gracioso, definitivamente. La sola idea de un pato en la facultad me da risa. Ahí estaba, rebuscando por las barandas algo de comer y gozando con el asombro de los estudiantes que lo miraban. De vez en cuando volvía el cuello para guardar la cabeza entre las alas de su espalda y se dormía (o se hacía el dormido).

Tal vez cuando movía la cola quería burlarse altaneramente de los pobres humanos que se ensimismaban metiendo sus narices entre las hojas blancas, o de los que estaban condenados a caminar como autómatas hacía esos extraños aposentos. Y es que la facultad de ciencias económicas no es lugar para un pato y cuando hay uno caminando por el planché todos se burlan de todos.

Yo lo miro de reojo desde mi pupitre en el aula doscientos seis y no puedo aguantar la risa. Hasta que el pato alza sus alas y el profesor cierra la puerta e inicia la clase, entonces yo me despido del pato.

Cuando termina la lección y salgo el animal se había ido. Escucho entonces a un par de jóvenes hablando.

-hace una semana que anda un pato por aquí

-Es que ese pato no es solo un pato, es ‘‘El’’ pato de la facultad

Y yo respondo a mis adentros: ‘‘La facultad de ciencias económicas no es lugar para un pato’’.

David Ching
2008

Monday, November 10, 2008

Sorpresa

Tal vez un día de estos te lleves una sorpresa
Mientras buscas en las aceras un tufo sin sabor
Y piensas que yo soy uno más
De los unos más
Del montón

Tal vez un día de estos te lleves una sorpresa
Leyendo entre líneas mis tres disquepoemas inconclusos
O cuando ponga la ciega sin ver las cartas
Engañando con jugadas malas
¿Acaso verás en mis ojos desnudos?

Tal vez un día de estos te lleves una sorpresa
Cuando entre las mesas logres ver bien
Que entre nosotros hay uno que espera
Como un niño que espera su cena
O sueña con los tiempos de ayer

David Ching
2008

Saturday, November 1, 2008

Doña Rosita

Para popó… obviamente

Doña Rosita está en la sala viendo televisión, ella nunca va a entender estas letras.

A doña Rosita no le gusta que le ayuden, siente que tras más de noventa años tiene el derecho de independencia con el que siempre ha vivido. De vez en cuando le da golpecitos inofensivos a algún nieto que se atreva a asistirla para subir al carro o a la grada de la escalera sin embargo ríe cuando es necesario que alguien la sostenga para que no se caiga. Su carcajada es la de un bebe calvo de cara gorda, solo que su cara es flaca y morena, y su cabellera blanca tienta llegar al cuello. Pronuncia en su pobre español un ‘‘casi me caigo’’.

Doña Rosita se levanta, deja encendido el televisor y avanza lentamente hacia las gradas.

A doña Rosita le gusta la comida, siempre le reclama a algún hijo o nieto si su plato tiene demasiada, pero se sirve constantemente hasta quedar llena. Quizás lo hace porque siente que si abusa no quedará nada para los demás, después de todo, ella ha conocido el hambre y no quiere que sus descendientes la sufran.

Doña Rosita camina por las gradas tambaleándose y apoyándose en la pared, un nieto apaga el televisor.

A doña Rosita no le gusta que se le pierdan sus cosas, no hace mucho regaño a un nieto por una caja extraviada que él nunca tocó y que solo Dios sabe adónde está. Ella administra su vida en la mente y sabe con cuánto dinero y tiempo exacto puede dedicar para hacer feliz a sus nietos. A pesar de los años que carga en su espalda ningún hijo podría administrar su vida mejor que ella.

Doña Rosita sale de la casa y se monta en el carro.

A doña Rosita le gusta estar en familia. El diciembre pasado estaba deprimida y bastó una navidad con sus hijos y nietos para sacarla de su tristeza, a pesar de que ella nunca entendió bien el significado de la navidad. La señora disfruta las comidas grandes de toda la familia en algún restaurante, le recuerda a su lugar natal. Desde que se fue don Rafael, doña Rosita intenta cada vez más ver a toda la familila.

Doña Rosita se fue en el carro con mi padre y sé que pronto volveré a ver a mi abuela.

David Ching
2008