Wednesday, August 13, 2008

La Lluvia

(Este cuento fue antes publicado en el blog rincon de tinta y papel, administrado por Mauro Trigueros)

Caían las gotas como cristales en las vasijas. La áspera noche del yigüirro cantante entraba por todas las hendijas del viejo pueblo, al igual que el agua. El reflejo de plata de las calles de lastre mostraba una luna llena triste, llena de lágrimas. Una vieja casa de adobe con un pórtico humilde se veía a lo lejos.
Elías caminaba, las gotas y el sudor rodeaban su mejilla y su pecho. No cargaba paraguas, era inútil, la lluvia se escabullía como el aire estos días y se metía en los poros. La humedad era tal que el viejo pórtico humilde parecía estar bajo el agua…
‘‘Toc toc… suena la tinaja… toc toc…Suena la madera’’-
- Mirá no más, esta maldita lluvia ya hasta nuestra hija jodió- dijo la mujer mientras Elías la miraba. Era tosca de forma, cierto atractivo rodeaba la carne morena (o curtida por el sol, ya no se podía distinguir), chola y guanacasteca. Su carácter era fuerte y sosegado, tanto así, que sin conocerla se le veía como si fuera dócil.
- ¿Que hacemos? ¿qué me pides? ¿dejar esto? ¿adónde? La carretera se derrumbó, la voladera de pata es gigante, Isabel no la aguantaría- replicaba Elías con su marcado acento nicaragüense. Veía a Teresa, a Isabel, al pueblo, a su vida, todo se veía venir… pero qué hacer.
‘‘Toc toc… suena la tinaja… toc toc…. Suena la madera’’-
La noche practicaba esa vieja costumbre del misterio. En tan solo segundos de silencio, mil voces replicaron el interior de Teresa y de Elías, y el incesante canto de Isabel alborotaba la angustia de sus almas: ‘‘Toc toc… suena la tinaja… toc toc… Suena la madera’’
Elías venía de otro lugar, no conocía estas tierras. Su genio furibundo e inocente solo se controlaba por el amor que guardaba por Teresa y la paciencia de trabajador arduo que había marcado su cuerpo… este lugar no lo había visto nacer, pero no había más que decir, sin conocer mucho se pronosticaba el futuro, la lluvia caía… eso hablaba por sí mismo.
Teresa llevaba más de tres décadas viviendo en este viejo pueblo, no sabía cómo explicarle a ese extranjero de fachas (tosco y cholo como ella) lo que sentía. Nunca había llovido tanto, en toda su memoria tal diluvio no se registraba. Ella pronosticaba lo que venía como cualquier mortal, sabía cual iba a ser su destino… finalmente rompió aquel silencio eterno de dos minutos:
- Nos vamos- dijo de forma concisa, sin más ni menos...
- No podemos- aseguró Elías
- Bueno, ya sabes lo que viene entonces. Esperemos que la comisión llegue a tiempo, que nos salve, esperemos volver a ver todo esto. Ya mirás al fondo el cerro, que se nos viene encima, y no para de llover. Ya mirás al lado el río que se nos viene encima, y no para de llover. Ya mirás alrededor el mundo que se nos viene encima, y no para de llover.

David Ching Vindas
2007

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