El dorso de la servilleta
de un bar puede ser el mejor lugar para tirarse un lapicero y sacarse las
tripas. Hay olores a sexo de una noche, a vómito bautizado con cerveza, tabaco
y drogas, a números de teléfono falsos pulidos con mentiras de desamor, a
colillas de cigarro en orinales apestoso a amoniaco.
No sé si queda
algo del labial barato que hace unas horas me quiso dibujar la joven de tetas
tímidas y cara de trapo. Decido morderme los labios para evitar malentendidos y
liberar tensión.
Me provoca la
gota fría que baja por la jarra de mi cerveza y los senos borrachos de la mujer
de al lado con el olor a deseo que sale de su vagina. Dos hombres se besan en
una esquina. Yo chupo los restos de tabaco reprimiendo mis deseos eróticos y
veo la servilleta blanca e inocente, esperando llenarse de mugre, saliva y
semen.
Mi compañero
mantiene la mirada baja y dibuja algún rostro imaginario con su dedo índice en
el vidrio de la mesa. Termino de fumarme el cigarro, muerdo la colilla y la
tiro al suelo. ‘‘¿Vamos por otro trago?’’